sábado, 20 de octubre de 2012

Algunos pasajes que me han gustado en La Vida Entera (I)

La vida entera tiene algunos momentos vigorosos en el relato que aparecen de pronto y te enganchan durante algunas páginas, y que después te dejan abandonada en el tronco principal de la historia, como en un remanso, mientras Ora habla de su hijo para no perderlo, para no tener que regresar al punto en el que le despidió y eso signifique la muerte para él. Utilizaré una imagen muy manida – y pido perdón por ello: es como si tú vas bajando en canoa por un río muy tranquilo, y de pronto te encuentras un rápido o un remolino. Ese rápido requiere toda tu atención, cambia tu ritmo y te divierte un rato y luego, una vez pasado, vuelves a la placidez, incluso al sopor de la bajada. Elijo seis o siete de estos remolinos aunque hay más, pero en mi opinión de menor entidad o que me han fastidiado “el descenso”.

El pasaje del viaje a Tel Aviv en el coche de Sami, el miedo a los controles, la diferencia de estatus entre la Ora, judía y Sami, árabe palestino, la presencia de un niño pequeño, palestino, que está enfermo y que además de ha vuelto de pronto retrasado (esa manera de solventar el problema – “se ha vuelto retrasado de pronto” – nos explica casi todo sobre la ignorancia de las culturas que lo fían todo al destino); un niño que intuitivamente no grita cuando ve a los guardias porque sabe dónde está el mal para él, que no sabes (y no sabrás) si se curará o no y que tampoco sabes qué es mejor para él: si que se quede entre los palestinos, o que le cojan los israelitas, que disponen de todos los medios para que viva (hospitales, medicinas) y de todas las razones para dejarle morir (la ilegalidad, el odio ancestral, el desprecio). El hospital clandestino, la sorpresa de Ora de que eso exista y la reflexión de Sami: “... nunca llegaría a comprender la lógica de los judíos: por el día no hacéis más que controlarnos y vigilarnos hasta llegar a hurgarnos en los calzoncillos, ¡mientras que por la noche, de repente, nos dais las llaves de vuestros restaurantes, gasolineras, panaderías y supermercados!”

Cuando Ofer se niega a comer carne, la inocencia con la que va descubriendo que para comer carne antes hay que matar a los animales, y su espanto final: “sois como lobos”. Una frase que habla más de la guerra que de eventualidades gastronómicas y que le hace pensar a Ilan: “En lo más hondo de su ser se siente conmovido por esas palabras tan sencillas que él mismo lleva buscando hace casi treinta años y que, sin embargo, su hijo supo gritar a tiempo.”

Y los lobos vuelven a aparecer en la historia, en una alegoría. Son los perros que les rodean cuando Ora y Abram salen de un bosque, en un pasaje que también me parece muy emocionante. Y entre esos perros hay uno, el menos dotado, que sale con valentía pensando que sólo por ir en grupo está protegido y que se deja matar de una patada; y está el jefe negro que dirige la manada de perros abandonados, que una vez tuvieron un dueño y que disfrutaron de cariño, y que ahora vagan por el campo. “Ni se te ocurra demostrarles que les tienes miedo, dice Abram”, que se defiende con un palo. Y Ora prefiere probar a atraerles, a darles el cariño que perdieron. Por fin, una perra decide salir de la manada, y probar a volver a tener la vida doméstica que tuvo una vez y se queda con Ora. ¿Quién hace malo a quién? ¿Quién es malo por naturaleza?

El paso de Abram por la tortura, cómo se desengancha de la vida porque no acepta que un hombre fotografíe a otro mientras lo está enterrando vivo. No quiere vivir no en esta guerra, pero sobre todo, no quiere vivir en este mundo. Cualquier pasaje de torturas es un gancho muy atractivo para cualquier libro, pero Grossman no se recrea con esto y casi es más explícito cuando Abram vuelve de la tortura que cuando le están torturando y creo que apela más a la compasión que al morbo. Se queda en lo justo para que el lector comprenda sin ninguna duda que lo que devuelven los egipcios es un guiñapo: un cuerpo y una mente de derribo. Con todo, son dos pasajes con mucha fuerza y contundencia.

Los encuentros amorosos entre Ora y Abram. Tal vez el más conmovedor es cuando conciben a Ofer, cuando Abram le confiesa a Ora su incapacidad para tener relaciones con una mujer y el autor nos va llevando de manera muy descriptiva por el mismo sitio que Ora lleva a Abram. Hasta que Abram (y nosotros) comprendemos que no es una impotencia general, sino muy selectiva. Entonces se corta la escena de golpe y vuelves al remanso de la historia como si allí no hubiera pasado nada.

La comida familiar en la que Ofer le felicita en primer lugar a Adam, la emoción de sus palabras y el descubrimiento de los padres de la relación entre los dos hijos. Y también las manías de Adam, y cómo se va convirtiendo “en un proceso”, cómo el autor te va contagiando los nervios de la madre, y cómo se sirve de esto para describir la habilidad de Ofer al quitarle esas manías adoptándolas él mismo para hacerle ver lo dañino que puede resultar para los otros.


La huida de Ilan del fuerte, cuando comprende que Abram está en peligro es otro de los rápidos del libro. Su angustia al comprender que su amigo está vivo pero condenado, porque nadie irá al rescate, ni siquiera él. Cuando escucha los delirios de Abram y tú, lector, para entonces ya sabes que Abram cae en manos de los egipcios, y ya sabes cómo le han devuelto, y sientes un horror mayor cuando Abram pide que sea rápido y sólo le pide a Dios que no le torturen. El autor coloca este pasaje en este punto, y no antes, porque lo que busca es que sientas compasión ante el destino de Abram más que admiración por la heroicidad de Ilan.

El amor a Ora, que ya aparece en la primera parte del libro, cuando están en el hospital y Abram le dice “creo que te conozco del futuro”. Pero en ese pasaje rabioso (pág 491 y siguientes), que termina con el telegrama de Abram a Ora y que hay que leer quitando las comas y los puntos para comprender la preciosidad de frase que le escribe: “esto no ha sido un flechazo coma porque yo te amaba antes coma antes de haberte conocido coma te amaba también retrospectivamente coma antes de que yo ni siquiera existiera coma porque sólo al conocerte a ti me convertí en mi mismo punto”. Y para terminar, cuando al final del libro Ora pregunta a Abram qué significa para él su hijo: "Antes que nada, que es tuyo".

Igual me animo y cuanto otro día lo que no me ha gustado...

miércoles, 17 de octubre de 2012

Las 800 páginas de La Vida Entera


Pocos libros justifican 800 o 1.000 páginas, aunque cuando una historia te mantiene en vilo, la extensión se agradece. Lo que pasa es que yo tiendo a desconfiar de estos libros tan gordos, entre otras cosas porque de eso están hechos los best sellers y la literatura de supermercado: la venta se hace al peso, y sólo se justifica pagar 30 euros cuando te dan a cambio mucho papel y tapa dura. Así, si el libro no te distrae, siempre puede servir para alisar la alfombra del salón. Grandes obras de la literatura son gruesos libros, desde El Quijote o Guerra y Paz, pero también pequeños libritos que se agotan en tres tardes, como Bartleby o El guardian sobre el centeno. Cuando nos encontramos delante de un gran libro es cuando los personajes tienen la complejidad suficiente para estar llenos de matices, y cuando la elección de las palabras, la construcción de las frases y la estructura de la obra no siguen una línea plana y llena de vulgaridad como la que podría emplear cualquier funcionario animoso o como podría seguir yo misma, que sin ser funcionaria no tengo talento.

Pero como digo, la extensión en sí misma no es un defecto, sino sólo un motivo de resquemor. ¿Se puede escribir La vida entera en 400 páginas? Permitidme la broma: pues no, porque se hubiera llamado La mitad de la vida.  ¿400 páginas le hubieran hecho merecedor de mejores críticas de mis co-bloggers? No lo creo, francamente, por las razones que han expuesto en sus entradas sobre el libro, que no sólo se refieren a la extensión.

La vida entera dedica unas primeras 100 páginas a los delirios adolescentes de los que después serán los protagonistas activos de la novela, Ora, Abram e Ilan. Entiendo que estas 100 páginas de diálogos pesados y un poco infantiloides, interrumpidos por fiebres, dolores, angustias y miedos, en donde no acabamos de saber qué coño les pasa (no sabemos si están heridos o tienen una enfermedad irreversible), están destinadas a presentarnos a los protagonistas, a que entendamos sus caracteres cuando todavía estaban en formación, al compromiso de vida que adquieren entonces. Son 100 páginas que permiten que la historia quede completamente abierta, pero que ayudan a dibujar los caracteres y fijan algunas referencias para seguir el libro: el amor de Abram por Ora, el proteccionismo y la lealtad hacia Ilan, y el carácter de éste, algo ensombrecido pero que nos advierte de se trata de un personaje cuya presencia va a influir de forma determinante en las vidas y en la relación de Abram y Ora.

Yo hubiera agradecido mucho una pequeña introducción explicativa de los caracteres, o, en su defecto, una estancia en el hospital algo más breve. Porque tanta abundancia de delirios y majaderías termina provocando que desees que un MIG se estampe contra el hospital y el libro continúe ya contándote la historia de los ancestros de los niños o su tránsito placentero hacia la Eternidad. En mi opinión, si eres capaz de pasar esas cien páginas sin tirar el libro por la ventana, has ganado un 50% de posibilidades para terminar La vida entera. Digo esto y también digo como aclaración que los diálogos adolescentes me aburren mucho, porque sólo aportan solemnidad a una simple confusión hormonal, y esto es algo que me enerva (la solemnidad y la confusión hormonal).

Así que quitando esas cien páginas iniciales, y algunos pasajes de recreación en la infancia de Ofer (algunas anécdotas del niño yo creo que las cuenta dos veces, o tal vez es que a los dos hijos de Ora – o a cualquier criatura en el mundo - les vienen a pasar las mismas cosas), creo que el libro necesita muchas de esas palabras y muchos de esos matices y que sí justifica las 800 páginas. Sobre todo porque cada párrafo contiene una información y saltártelo te obliga a volver hacia atrás en el libro. En mi opinión, el autor va y viene por el tiempo con una maestría que a mí me ha parecido admirable. Ese desorden del tiempo en la narración (a veces el autor retrocede dos minutos, otras veces dos días, en ocasiones años enteros; incluso recuerda el pasado dentro del pasado) y que el autor no deje que te pierdas y te lleve de la mano me ha parecido una de las mejoras cosas de la novela. Eso y los momentos vigorosos de la historia, de los que me ocuparé en otro post.

lunes, 15 de octubre de 2012

La vida entera

Este mes en el club de lectura discutiremos sobre este libro de David Grossman. El libro cuenta la vida de un triángulo sentimental formado por Ora y Abram e Ilan. A través de las páginas se nos cuenta la historia de esa relación y se nos van mostrando los secretos y las relaciones que se establecen a lo largo de la vida entre ellos.

Ora piensa que mientras esté de viaje y no esté en su casa está protegiendo la vida de su hijo Ofer que está en el ejército. El viaje que emprende iba a realizarlo con Ofer, ya lo tenían todo preparado, pero su hijo decidió realistarse justo cuando terminaba su periodo de servicio en el ejército. Así que Ora se va de viaje prácticamente secuestrando a Abram que se ve envuelto en ese viaje sin comerlo ni beberlo, pero que poco a poco irá mostrando más receptividad hacia la historia de la familia de Ora que ella va poco a poco contándole. Empezando por la vida de Ofer que es también hijo de Abram.

Un libro largo y denso que seguro que da para algunos debates interesantes.

Tenéis reseñas del libro en el blog de Carmen, en el de Bichejo y en el de Desgraciaito.