jueves, 30 de mayo de 2013

Varios

No fui capaz de escribir un post el mes anterior (shame on me, pero lo único que se me ocurría era "menudo rollo más mortal de libro" y esa frase no da para un post, a menos que la repitas muchas veces, y tampoco era plan. Así que me tengo que resarcir este mes.

Problema: que se me ha enfriado el libro. Que hace cuatro semanas tenía montones de cosas en la cabeza y ahora todo me parece muy tonto y con muy poca chicha...así que esto es un poco un batiburrillo de cosas que me llamaron la atención y lo que se me ocurra al respecto.

"Es fácil comprender y describir los privilegios privados. Lo que resulta más difícil es transmitir el abismo de miseria pública en que hemos caído"

Y lo vemos a todos los niveles, públicos y privados. Y una crispación por todo que me supera. Twitter es un recipiente en el que todo el mundo vuelca su ira contra todo aquel que no piensa lo mismo, deseando su muerte, destrucción y completa eliminación. Y eso es también parte de la miseria pública. Porque yo no sé vosotros, pero yo no percibo ese nivel de crispación en mi entorno 1.0...igual es porque es relativamente privilegiado al no estar casi castigado por la crisis.

"Cuando pagamos impuestos, damos muchas cosas por supuestas de nuestros conciudadanos. En primer lugar, suponemos que ellos también van a pagar sus impuestos; de lo contrario, pensaríamos que la nuestra es una carga injusta y acabaríamos dejando de pagar. Segundo, confiamos en que aquellos a los que hemos dado un poder temporal sobre nosotros recauden el dinero y lo gasten de forma responsable" como diría Carmen, me deslolo. Y poco más se puede decir.

"Pero si todos somos "demócratas", ¿qué nos distingue ahora? ¿Qué es lo que defendemos? Sabemos lo que no queremos: de la amarga experiencia del siglo pasado hemos aprendido que hay cosas que los Estados definitivamente NO deben hacer. Hemos sobrevivido a una era de doctrinas que pretenden decir, con un aplomo alarmante, cómo deben actuar nuestros gobernantes y recordar a los individuos - mediante el empleo de la fuerza en caso necesario - que quienes están en el poder saben lo que es bueno para ellos. No podemos volver a todo esto"

A mí me da un miedo atroz que ahora aparezca un "salvapatrias" prometiendo trabajo y pan. Pero mucho miedo, porque creo que ganaría. Y lo peor es que podría llegar a entenderlo. A ver si lo sé explicar. Creo que todos tenemos una balanza en la que ponemos libertades en un lado y seguridades en otro. Y cada uno tiene su punto de equilibrio. Personalmente, estaría dispuesta a que me despelotaran plenamente en el aeropuerto si con eso tuviera la garantía de que no iba a haber nunca más un malo subido a un avión. O que me cotillearan el correo. Me compensaría. Pero es una medida personal, entiendo que haya mucha gente para la que sea más importante su privacidad, porque ideológicamente lo es y debe serlo. 
Pero claro, los principios no se comen. Y algunos, los que no somos idealistas ni revolucionarios (vamos, es que tengo claro que si el mundo ha avanzado no ha sido precisamente gracias a gente como yo) tenemos eso demasiado presente. Y yo entendería que el tío que lleva años en paro vote al que le venga jurando y perjurando un trabajo en condiciones, y que no mirase más allá. No sé si lo he explicado como quería o he quedado como una absurda y una persona horrible.

Y ahora a dormir, que vaya horitas.

martes, 28 de mayo de 2013

Tony Judt y los trenes

Tony Judt es un apasionado de los trenes. Yo soy un apasionado de los trenes, aunque en mi caso ha surgido a través del trabajo, pero hay gente, como él, que lo flipa lo más grande con los trenes, las estaciones, los distintos tipos de locomotoras...

No sé si es en Pensar el siglo XX o en el Refugio de la memoria, pero en algún libro suyo muestra su intención de realizar una historia del mundo a través del ferrocarril. Creo que es algo que no llegó a terminar, o al menos yo no la he visto, aunque me encantaría leerla. El tren tiene algo, no es fácil de definir, que engancha. Esas estaciones majestuosas como Grand Central o Atocha, incluso la nueva Hauptbahnhof de Berlín. Esa sensación de fuerza al arrancar. Esos trazados por sitios inverosímiles con espectaculares viaductos y túneles oscuros. Ese bamboleo que te hace tener que ir con cuidado mientras vas de coche a coche (se llaman coches, no vagones, no me seáis, no me seáis...).

Quiero poner algunos párrafos que señalé del capítulo en el que Judt se refiere al tren porque a mí me gustaron.

"Desde la invención de los trenes, viajar ha sido el símbolo y el síntoma de la modernidad: los trenes -junto con las bicicletas, las motocicletas, los autobuses, los coches y los aviones- se han invocado en el comercio y el arte como prueba de lo avanzada que está una sociedad. No obstante, la mayoría de los medios de transporte sólo han sido emblemáticos de la novedad y la contemporaneidad durante poco tiempo. Las bicicletas sólo fueron «nuevas» una vez, en la década de 1890. Las motocicletas fueron «nuevas» en los años veinte para los fascistas y los jóvenes sofisticados (desde entonces han sido evocadoramente «retro»). Los coches (como los aviones) fueron «nuevos» en la década eduardiana y, de nuevo, brevemente en los años cincuenta; desde entonces han simbolizado muchas cosas: fiabilidad, prosperidad, consumo ostentoso, libertad, pero no «modernidad». Los ferrocarriles son diferentes. Los trenes ya eran el símbolo de la vida moderna en la década de 1840 -de ahí su atractivo para los pintores «modernistas», de Turner a Monet-. Seguían desempeñando ese papel en la era de los grandes expresos que cruzaban el país a finales del siglo XIX. Los trenes eléctricos del Metro fueron los ídolos de los poetas modernistas y los artistas gráficos después de 1900; nada era más ultramoderno que los nuevos expresos aerodinámicos que adornaban los carteles neoexpresionistas de los años treinta. En la actualidad, el japonés Shinkansen y el francés TGV son iconos del progreso tecnológico y el más alto confort a trescientos kilómetros por hora.

Parece que los trenes son perennes contemporáneos, incluso si durante un tiempo desaparecen de nuestra vista: en este sentido, un país que no tenga una red de ferrocarril eficiente es «atrasado» en aspectos cruciales. La gasolinera de los primeros días del tráfico rodado despierta una afectuosa nostalgia cuando hoy se la describe o recuerda, pero ha sido sustituida en serie por variantes actualizadas funcionalmente, y su forma original sólo sobrevive en el recuerdo. Los aeropuertos tienen la (irritante) tendencia a permanecer mucho tiempo después de haberse quedado obsoletos funcional o estéticamente, pero nadie desearía conservarlos por sí mismos y mucho menos supondría que un aeropuerto construido en 1930 o incluso en 1960 puede resultar útil o interesante actualmente. Sin embargo, las estaciones de ferrocarril construidas hace un siglo o incluso siglo y medio -Gare de l'Est en París (1852), Paddington Station en Londres (1854), Keleti Pályaudvar en Budapest (1884), Hauptbahnhof en Zúrich (1893)- no sólo inspiran afecto: son impresionantes estéticamente y funcionan. Más aún, funcionan igual que cuando las construyeron. Esto atestigua la calidad de su diseño y construcción, por supuesto, pero también habla de su perenne actualidad. No «envejecen».

Las estaciones no son un atributo de la vida moderna, ni una parte o subproducto de ella. Como el ferrocarril del que son hitos, están integradas en la propia vida moderna. La topografía y la vida diaria de las ciudades, desde Milán hasta Bombay, quedarían alteradas de forma inimaginable si sus imponentes estaciones término desaparecieran. Londres sería impensable (e invivible) sin su Metro -y ésa es la razón por la que los vergonzosamente fallidos intentos de los gobiernos del nuevo laborismo de privatizar el tube dicen tanto de su actitud hacia el Estado moderno en general-. La savia de Nueva York discurre por su indispensable aunque destartalado Metro. Damos por supuesto con demasiada facilidad que el rasgo distintivo de la modernidad es el individuo: el sujeto no reducible, la persona independiente, el yo liberado, el ciudadano anónimo. Este individuo sin vínculos se supone que es preferible al sujeto deferente y dependiente del mundo premoderno. Esta descripción tiene algo de verdad: el «individualismo» puede que sea el mantra de nuestro tiempo, pero para bien y para mal se refiere al aislamiento conectado de esta época inalámbrica. No obstante, lo que es verdaderamente distintivo de la vida moderna no es el individuo sin vínculos. Es la sociedad. Más exactamente, la sociedad civil o (como se decía en el siglo XIX) burguesa.

Los ferrocarriles siguen siendo el atributo natural de la aparición de la sociedad civil. Son un proyecto colectivo para el beneficio individual. No pueden existir sin el acuerdo de la comunidad y, en tiempos recientes, sin dinero de la comunidad: por su propio diseño ofrecen beneficios concretos tanto a la colectividad como al individuo. Esto es algo que ni el mercado ni la globalización pueden conseguir, excepto por una afortunada casualidad. Los ferrocarriles no siempre fueron respetuosos con el medio ambiente -aunque en los costos generales de contaminación, la máquina de vapor fue menos perjudicial que su competidor de combustión interna-, pero desde sus comienzos tuvieron que responder a las necesidades sociales. Ésta es una de las razones de que no fueran muy rentables.

Si abandonamos los ferrocarriles, o los entregamos al sector privado y evadimos nuestra responsabilidad colectiva por su suerte, habremos perdido un valioso activo cuya sustitución o recuperación será intolerablemente cara. Si destruimos las estaciones de ferrocarril -como empezamos a hacer en los años cincuenta y sesenta, con la vandálica demolición de Euston Station, Gare Montparnasse y, sobre todo, la gran Pennsylvania Railroad Station de Manhattan- estaremos destruyendo nuestra memoria de cómo es una vida cívica segura. No es causalidad que Margaret Thatcher insistiera en no viajar nunca en tren.

Si no entendemos por qué debemos gastar nuestros recursos colectivos en los trenes no será sólo porque todos nos hemos ido a vivir a comunidades cerradas v ya no necesitamos nada más que nuestros automóviles privados para desplazarnos entre ellas. Será porque nos hemos convertido en individuos cerrados que no saben cómo compartir el espacio público en beneficio de todos. Las implicaciones de semejante pérdida trascenderían con mucho la decadencia o extinción de un medio de transporte. Significaría que hemos acabado con la propia vida moderna".

Son unas palabras con las que estoy muy de acuerdo. El ferrocarril tiene algo de colosal apuesta por la integración. Es cierto que es deficitario y que es muchísimo dinero lo que cuesta hacerlo y mantenerlo. Y también es cierto que un país sin ferrocarriles es menos país. La decisión no es fácil. El Ministerio acaba de decir que va a cerrar varias líneas, y me parece bien porque no se usa. Tal vez la alta velocidad sea la salvación de esas grandes estaciones que conectan ciudades de centro a centro en pocas horas. No lo sé. Tampoco soy imparcial porque yo me gano la vida con esto. He estado debajo, dentro y encima de trenes, he temblado de miedo cuando estaba en la vía y pasaba a mi lado un mercancías a todo trapo. He tenido que salir pitando cuando pasaba un tren de mantenimiento echando herbicida, me he dejado olvidado un ordenador encima de unos sacos de cemento en una noche de tormenta y... tras recuperarlo, volvió a funcionar.

Es un mundo fascinante que me dolería que desapareciera y del que espero formar parte muchos años luchando para que los trenes sigan llenándonos de emoción.

domingo, 19 de mayo de 2013

Algo va mal en el mercado de trabajo


"Proteger los «buenos» trabajos al precio de no crear más empleos basura ha sido una opción deliberada de Francia, Alemania y otros Estados del bienestar continentales. Ya en los años setenta en Estados Unidos y el Reino Unido el empleo precario y mal pagado empezó a sustituir a los trabajos más estables de los años de crecimiento. Actualmente, una persona joven puede considerarse afortunada si encuentra una ocupación, con el sueldo mínimo y sin seguridad social, en Pizza Hut, Tesco o Wal-Mart. En Francia o Alemania es más difícil acceder a esas vacantes. Pero quién puede afirmar, y con qué argumentos, que alguien está mejor trabajando por un sueldo bajo en Wal-Mart que cobrando el seguro de desempleo de acuerdo con el modelo europeo. La mayoría de las personas prefieren trabajar, desde luego. Pero ¿a qué precio?"

Pues yo misma lo puedo afirmar si sigo el argumento del propio Tony Judt en el libro. Ese argumento que dice que todos debemos colaborar a la caja común, a la comunidad, y no tirar de ella si no es imprescindible. De manera que si una persona tiene la posibilidad de tener un sueldo y aportar impuestos, debe renunciar a su subsidio...

Judt habla de los “buenos” empleos y de los “empleos basura”, y yo me pregunto a qué se refiere exactamente, en especial cuando habla de los “buenos” empleos. Hoy en día, en España, ya casi el único “buen empleo” que existe es el de funcionario: el resto está completamente precarizado. Efectivamente, la protección de los buenos empleos ha sido una opción deliberada, y muy especialmente en Francia, en donde las crisis tardan mucho en llegar precisamente por tener un sector público elefantisíaco. Pero llegan, eso que no lo dude nadie. Y se resuelven perdiendo calidad de vida, por mucho glamour y muchas luces que pongan en Navidad en París. En España ha sido una opción deliberada e incluso potenciada, con un sector público que ha aumentado el empleo entre 2007 y 2012, con un par. Así es que la primera parte de la voluntariedad está cumplida. ¿Y la segunda parte?

En mi opinión, aunque se empeñen mucho, hay un tipo de empleo “precario” que no depende de los gobiernos, por mucho que se empeñen, del mismo modo que no depende de los gobiernos que el sol salga por las mañanas. En un comercio, por ejemplo, hay puntas de ventas, que se cubren con empleos temporales o con contratos por obra. En cualquier empresa hay que cubrir vacaciones. Y hay empresas cuya supervivencia en épocas de fuertes crisis depende de la flexibilidad del empleo, que es un coste que, por debajo de un umbral, ya no se puede variabilizar más. Y cuando los gobiernos se empeñan en que esto no suceda, en negar esta realidad, terminan legislando sobre un mundo irreal y empeorando la situación, y la consecuencia es el mercado informal, y una mayor precarización e inseguridad del trabajador y unas empresas que terminan cerrando (con lo que ya precarizan hasta al empresario). Si tú tienes a un trabajador en negro, hay que sentarte la mano, de acuerdo pero ¿Y si no tienes otra alternativa porque las cuotas e impuestos que hay que pagar al Estado son desorbitadas? Parafraseando a Judt: la mayoría de las personas prefieren contratar a los trabajadores legalmente y con sueldos estupendos, pero ¿a qué precio?

En fin, otra derivada para comentar este párrafo sería la que nos lleva a describir una sociedad acomodada que se queja de que unos inmigrantes nos roban los empleos que los nativos ya no quieren aceptar. Una dualidad infamante que sólo puede traer cabezas rapadas y camisas marrones las cuales, curiosamente, se nutren de un electorado que no procede, precisamente, de los barrios altos de las ciudades, sino de los cinturones industriales deprimidos. La socialdemocracia siempre da que pensar...

sábado, 11 de mayo de 2013

El Estado, los monopolios y las privatizaciones

Siguiendo con la serie sobre Algo va mal de Toni Judt y alejándonos totalmente de los valores literarios del libro (que los tiene) y siguiendo por el lío político y económico y sin entrar todavía (para desilusión de Livia) en el terreno de explcar como el liberalismo no es la destrucción de "todo lo que era sólido"; quería hablar un poco de una parte que trata el libro y que creo que está mal justificado o explicado. También tengo que decir que ni soy economista, ni historiador, ni nada que se le parezca por lo que puede que lo que vaya a decir no sean más que barbaridades sin sentido, pero para mí sí que lo tienen.

En primer lugar, resumiré un poco lo que se dice en el libro. Lo haré un poco así a lo loco porque no tengo las notas ni los subrayados. La idea de Judt es que los servicios que presta el Estado, normalmente monopolísticos, y que deciden venderse y conformarse como empresas privadas, suponen una gran pérdida para el conjunto de la sociedad y el enriquecimiento de unos pocos. Además muchas veces conlleva la obligación de una garantía estatal de beneficios mínimos que hay que hacer frente en caso de que la empresa, por sí misma, no los consiga.

Bien, el hecho de que se venda un servicio que dependía del Estado (pongamos por ejemplo una compañía telefónica) no quiere decir que la sociedad pierda algo con ello per se. Lo que el Estado debería garantizar es que no se produce abuso por parte de esa compañía al partir en una situación monopolísitca o casi y convertir una empresa que no tenía como objetivo ser rentable en una que sí. A primera vista puede que no lo parezca, pero son dos cosas incompatibles. Por un lado se quiere el beneficio y por otra que no abuse de los clientes ni de su posición de preponderancia. Se quiere que mantenga la estructura y a la plantilla, pero a la vez se quiere que compita y no repercuta esos costes en el cliente. Y además se quiere ingresar mucho dinero para tapar agujeros en las cuentas de la administración. Si algo de todo esto sale mal, la culpa es del capitalismo, con lo bien que estábamos antes... pues no, la culpa es de hacer las cosas mal.

Hay maneras de privatizar garantizando la competencia como dividir la empresa en otras más pequeñas que compitan entre sí o que se presten servicios complementarios. El plantear formas en las que se pueda adaptar la plantilla a las nuevas situaciones también es complicado porque normalmente los trabajadores son asimilables a funcionarios, incluso puede que lo sean; de manera que una plantilla, generalmente hiperdesarrollada para el trabajo que tiene que realizar, tiene que mantenerse a costa o de que los usuarios paguen un sobrecoste por el servicio y por mantener esos puestos de trabajo o que sea el Estado el que se haga cargo de las pérdidas que ocasiona una empresa ineficaz en la que no se pueden tomar decisiones como reducir la plantilla. ¿Qué es mejor? Si me preguntaran a mí, lo mejor es no tener monopolios, no haber creado esa hidra que se come muchos más recursos que los que genera, pero como eso no es posible...

Integrar esos monopolios en la economía competitiva es muy difícil. Hay que pensar que en el caso de España dependían del Estado (en todo o en parte, mayormente en todo) las compañías eléctricas, telefónicas, petroleras, de aviación, de autobuses, de aguas, los ferrocarriles... son las que me vienen a la cabeza en este momento, pero supongo que habrá muchas más.

¿Y por qué no mantenerlos en el Estado? Pues porque mantener con el dinero asegurado de los impuestos de los ciudadanos servicios que no son esenciales llevan a pagar un sobrecosto por ellos y, además, de manera obligatoria; uses o no uses el servicio que prestan. Muchas veces a eso se le llama solidaridad, pero al no ser algo voluntario no sé yo si tiene algún valor. Si tú no puedes elegir...

Lo que permite el mercado es elegir. Elijo de entre lo que hay lo que más me conviene. Ahora puedo elegir qué compañía de teléfonos quiero y con qué servicios. ¿Os acordáis cuando Telefónica decidió cobrar por que en la pantalla del fijo de casa te dijera quién era el que llamaba? Eso solo puede pasar cuando una empresa tiene la sartén por el mango y al cliente le toca tragar: son lentejas, o las comes o las dejas.

Es cierto que hay otros sectores en los que no hay posibilidad de elección o esta es muy limitada como con las compañías eléctricas y así estamos. Pagamos más del doble que hace diez años por la luz. He encontrado esta referencia de que en cinco años ha subido un 70%. Cierto es que a eso hay que sumar lo que pagamos indirectamente, queramos o no, por las subvenciones a las renovables, más las cosas esas infames del déficit de tarifa, que parece ser que pagamos poco. El caso eléctrico es paradigmático en cuanto a hacer las cosas mal por todos los puntos de vista. Es una sangría para el Estado y para el consumidor. Claro que de eso la culpa la tienen los mercaos.

La única justificación más o menos decente que se da en el libro es la de que muchas veces esas empresas privatizadas se dejan sin inversiones y se intenta sacar el máximo posible de ellas llevándolas directamente a la ruina privando a la sociedad de un servicio que antes tenía. Es cierto. Pero también tienes que ver a quién se la vendes, claro, y en qué condiciones. Si tú quieres que no se despidan a los trabajadores, llevarte un buen pellizco por venderla, que siga prestando sus servicios, que se gaste dinero en mantener las instalaciones o en ampliarlas y que no pueda subir el precio al cliente... pues ¡la gallina! Es imposible. Y en esas condiciones... ¡haber elegido muerte!

Al final siempre hay alguien que paga, normalmente nosotros, y en estas situaciones creo que es mejor: pagar solo por lo que se usa, poder elegir entre varias posibilidades, destinar el dinero de los impuestos a pagar servicios que sí da el Estado y no a subvenciones a lo que no debería.

Los monopolios son un ejemplo de lo que es el ansia del Estado por crecer sin mesura y la manera de deshacerse el Estado de estos servicios, normalmente deficitarios, es otro ejemplo de cómo no hacer las cosas y de cómo normalmente es mejor que la iniciativa privada se encargue de según qué cosas. Busca la rentabilidad, sí. Pero ¿es que eso no lo buscamos todos?

Bueno, pues hasta aquí he llegado. Me da miedo revisar lo que he escrito y no sé si tendrá algún tipo de coherencia, espero que sí. Y si no, la culpa no es mía, ¡es de los MERCAOS!

domingo, 5 de mayo de 2013

Igualdad y homogeneidad social


Hay un capítulo del libro de Judt que se titula “Comunidad, confianza y fines comunes”. Empieza su exposición diciendo que “toda empresa colectiva requiere confianza” y se basa en el hecho (dicho con trazo grueso) de que si yo pago un impuesto, confío en que los demás también lo hagan, y confío así mismo en que los administradores de ese impuesto lo utilicen cabalmente, y lo gasten en cosas de las que tal vez no nos beneficiemos personalmente, pero sí lo hará la comunidad. Ahora, sólo haría falta encontrar el “fin común”, pero esto siempre sería más fácil en comunidades homogéneas. De la homogeneidad salta a la igualdad de renta, aunque también se fija en la igualdad de cultura, historia y “visión moral”. Y de ahí pasa a la necesidad de que exista una cultura predominante para que el Estado del Bienestar se desarrolle convenientemente.

Es una pena que el capítulo sea corto y no desarrolle más esta idea algo más en profundidad. En apariencia, es impecable: sociedades cerradas, pequeñas, educadas y autosuficientes, moralmente superiores, en donde prospera la confianza y la solidaridad y en donde todos tienen un fin común. Pero tengo una mala noticia: ese mundo no existe. Y una buena: afortunadamente porque, cuando existía, te sacaban las muelas sin anestesia.

Judt va contra el tiempo y aplica recetas que no son posibles. Cierra los ojos ante un mundo que ha cambiado y sólo se le ocurre la nostalgia. Los países europeos se han desarrollado, han prosperado económicamente. ¿Quién nos limpia la casa ahora? ¿Otras españolas, con una “visión moral” como la nuestra o una búlgara, una marroquí o una ecuatoriana, cada una con su "visión moral"? ¿De qué “visión moral” habla Judt? Las sociedades cambian, se transforman, y con ellas, la "visión moral". Y no sólo por la inmigración, sino por muchas otras cosas. Pero en la prosperidad esto no constituye un problema, al contrario: tenemos muchas otros ritmos para mover las caderas en el baile del pueblo.

“... hay indicios claros de que si el tamaño y la homogeneidad son importantes para generar confianza y cooperación, la heterogeneidad cultural o económica puede tener el efecto opuesto. El incremento continuado del número de inmigrantes, particularmente de inmigrantes del «Tercer Mundo», guarda una estrecha correlación en los Países Bajos y en Dinamarca, y desde luego en el Reino Unido, con un marcado declive de la cohesión social. Por decirlo sin ambages: a los holandeses e ingleses no les entusiasma compartir sus Estados del bienestar con sus antiguos súbditos coloniales de Indonesia, Surinam, Pakistán o Uganda; entretanto, a los daneses, como a los austríacos, les agravia «mantener» a los refugiados musulmanes que han llegado a su país en gran número en los últimos años”

Yo no creo que sea una cuestión de agravios o de desconfianza, la verdad. Mi opinión es que los Estados europeos de nuestro entorno no han sabido transformarse al mismo tiempo que la sociedad, que va por libre, y de un mundo que tiene otros países a considerar. Otros países que han evolucionado y han mejorado, porque también quieren vivir mejor y están en su derecho, aunque a Judt no le acabe de gustar. La mejora de las comunicaciones, de un lado, y la necesidad de mano de obra en los países desarrollados han cambiado con respecto a 1948, y en los últimos 20 años, nuestro crecimiento se ha producido de una forma muy diferente a como se produjo en los años 50 y 60. Porque - y no me cansaré de hacer esta crítica al libro de Judt - la situación de partida era diferente. Era diferente. Era diferente.  Porque 10 años antes había habido una guerra. Porque 10 años antes había habido una guerra. Porque 10 años antes había habido una guerra. Justamente, debemos cambiar la receta porque los ingredientes no son los mismos. El mundo ha cambiado, sí, pero ya había cambiado en el año 73, por darle una cifra fea. Y los Estados europeos no han sabido leerlo, no han sabido adaptarse, no han tenido la imaginación que sí han tenido en otros lugares.

Echamos la culpa a la inmigración de muchos de nuestros males, pero yo creo que es una cuestión de números. Los Estados han utilizado la mayor recaudación producida por el progreso en aumentar hasta extremos absurdos el estado del bienestar, en vez de mantenerlo en una calidad aceptable para un mayor número de personas, para nuevos vecinos. Cuando el dinero sobraba, no se han bajado los impuestos, sino que se han dado más servicios, y en su gran mayoría no son de primera necesidad. Y además, han creado estructuras enormes para hacer cosas que no deben hacer y que cuestan dinero. En este punto, no es que no se quiera compartir el Estado del Bienestar, es que no se puede compartir este Estado del Bienestar. Pero sí se podría compartir un Estado de Bienestar más austero, más centrado en las verdaderas necesidades. Pongo un ejemplo fácil: En el Hierro NO ES NECESARIO tener WIFI gratis en toda la isla, como tampoco lo es tenerla en las paradas de autobús madrileñas. En vez de gastarnos el dinero en eso, gastémoslo en cosas necesarias.

Ha faltado el liderazgo para integrar y estructurar la nueva sociedad. El resultado está a la vista: los partidos nacionalistas aumentan, las sociedades europeas cada vez se encierran más en sí mismas, piden cierres de fronteras... Y después de leer este capítulo, no sé si Judt no estaría a la cabeza de la manifestación...

¿Qué opináis? (siempre dudo si poner esta frase al final del post o enviársela a mis co-bloggers por Whasapp...)

viernes, 3 de mayo de 2013

He ahí un hombre

"¡Pobres magnates del socialismo español, condenados a predicar la revolución social para seguir disfrutando los encantos de la vida burguesa y sin poder declararse nunca burgueses so pena de quedar convertidos ipso facto en unos tristes y paupérrimos proletarios! Cuando yo les oigo hablar y desgañitarse contra esta sociedad en la que se encuentran tan a gusto, me acuerdo de mi amigo Papús, el célebre ayunador profesional. Yo conocí a Papús, hace ya bastantes años, en un hotelito de Bruselas que creo se llamaba Hôtel du Nord, y como el oficio de literato tiene tantos puntos de contacto con el de ayunador, Papús y yo trabamos enseguida una gran amistad. Almorzábamos juntos casi a diario, y al ver la energía con que Papús atacaba su entrecôte aux pommes. le pregunté una vez:
―¿Cómo es que, teniendo tan buen apetito, se le ha ocurrido a usted hacerse ayunador?
―Pues por eso mismo ―me respondió Papús―, porque tengo buen apetito.
―Bueno. Deje usted las paradojas para el postre ―exclamé― y contésteme como Dios manda.
―Pues muy sencillo, mi querido amigo ―dijo Papús―. Me he hecho ayunador para no morirme de hambre. Yo no tengo oficio ni beneficio, y, harto de ayunar indefinidamente en privado, me decidí a ayunar en público por periodos limitados. [...]

Hay quien se ríe de los magnates del socialismo español o les dirige insultos soeces y groseros al verles predicar la destrucción de una sociedad en la que se encuentran tan a gusto, sin comprender la grandeza trágica de esta contradicción. Es innegable que esos señores ocupan en la sociedad burguesa una situación de privilegio; pero ¿cómo la han conquistado? Pues, sencillamente, combatiendo los privilegios de la sociedad burguesa. Y ahora, cuando la sociedad burguesa se les ha entregado ya por entero, ¿qué remedio les queda más que seguir atacándola si quieren seguir gozando de sus dulzuras?

Y lo de menos es que estén gordos o el que tengan dinero, porque son burgueses fundamentalmente y por naturaleza. Se quedarían en los huesos y seguirían siendo burgueses. No tendrían para tabaco y seguirían siendo burgueses. [...]

Son burgueses y están encantados de serlo, y por eso precisamente es por lo que predican la revolución social".

Lo que os he puesto es un extracto de una artículo de Julio Camba que acabo de leerme. Él lo escribió en tiempos de la república y se ve que las cosas no cambian tanto como nosotros pensamos. La verdad es que al leerlo me vino a la mente otra idea (es lo que tiene leer). Y admito que no había reparado en ello mientras leía el libro. El caso es que en este libro se dan sopapos a diestro y siniestro y, a apesar de lo que diga Livia, más a diestro que a siniestro. Y ahí es donde me viene la incongruencia. ¿Qué sería el ser humano sin incongruencias?

¿Por qué después de poner a parir al capitalismo desaforado, a las políticas de desmantelamiento del Estado del bienestar en USA y UK, sugerir el advenimiento de un régimen de tiranía en estos dos países por el debilitamiento del Estado,  hablar de lo mala que es la desigualdad... va a vivir a Estados Unidos y se hace ciudadano norteamericano?

Porque, además, es por elección, por conveniencia, por pagar menos impuestos, por tener el pasaporte, por enseñar en universidades americanas... por lo que sea. Tampoco me parece mal que muerda la mano que le da de comer, y la libertad de pensamiento y expresión es un derecho fundamental, como ya he dicho. Pero esa doblez de pensamiento, que es muy clara, está presente muchas veces en muchos pensadores.

Hay una canción muy buena de los Black Crowes, esta:


En la que se dice esta frase: "I don't trust no one who do not take their own advice" (no me fío de nadie que no sigue sus propios consejos". Y es que ese es el punto. Por supuesto que el señor Judt tiene todo el derecho del mundo para mostrarnos el mundo y para alentarnos a mejorarlo en la dirección que él considera más oportuna. Pero, al final, esta sociedad en la que vivimos es la suma de personas con sus propias motivaciones e intereses y esos intereses son particulares, egoístas si se quiere. Pocas personas pasarían la prueba de integridad que piden para otros, pero la ejemplaridad es una parte muy importante del aprendizaje.

Es fácil decir qué es lo que se debería hacer, es fácil decir que deberíamos ser más solidarios y equitativos, es fácil decir que la sociedad en la que vivimos es un vorago vitiorum donde todo mal tiene su acomodo. Lo difícil es vivir de acuerdo a ello y ver nuestro reflejo en el espejo y decir "he ahí un hombre".

miércoles, 1 de mayo de 2013

Algo va mal

En este mes de mayo, los aguerridos lectores de este Club de lectura se han remangado para leer un libro de la crisis y sobre la crisis, Algo va mal, de recientemente fallecido historiador Tony Judt.

Sobre Algo va mal nos dice, Taurus, la editorial que lo publica en España: 

Un apasionado llamamiento a resucitar los valores colectivos y el compromiso político.
Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. El estilo egoísta de la vida contemporánea que nos resulta "natural" y también la retórica que lo acompaña (una admiración acrítica hacia los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito) se remonta tan sólo a la década de los ochenta. En los últimos treinta años hemos hecho una virtur de la búsqueda del beneficio material hasta el punto de que eso es todo lo que queda en nuestro sentido de un propósito colectivo.
"¿Por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones?" se pregunta Judt, uno de los más importantes pensadores contemporáneos. Rechazando tanto el individualismo extremo de la derecha como la desacreditada pose retórica de la izquierda, Judt nos desafía a oponernos a los males de nuestra sociedad y a afrontar nuestra responsabilidad sobre el mundo en que vivimos.
Algo va mal es un inestimable obsequio para las futuras generaciones de ciudadanos comprometidos. Expresión concentrada de las preocupaciones de toda una vida, este libro pasará a formar parte de los grandes textos políticos de nuestra era.
"Un valeroso manifiesto: una declaración de principios progresistas, una vindicación de la legitimidad de lo público y de lo universal como valores de la izquierda" AMM 

Los lectores residentes de este Club de lectura han hecho, como de costumbre, sus propias reseñas en sus casas, que puedes leer en los enlaces de debajo, y se van a meter en todos los charcos para desentrañar todo lo que va mal. ¡Acompáñanos!

Bichejo

Carmen

Desgraciaíto


Livia