jueves, 28 de marzo de 2013

La no explicación de nada de Liz Murray

" En el mejor de los casos, el impacto de que la gente robara en esta tienda haría subir los precios. Las familias tendrían que pagar más caros los alimentos para compensar, si es que se podían permitir pagar más. En el peor de los casos, tendrían que cerrar el negocio, y las cajeras y el gerente se quedarían sin trabajo. La confianza de la gente en los demás se vendría abajo, imaginé. Volví a mirar al encargado y pensé en las palabras de Perry. Luego me acerqué a la caja con el pollo y el queso."

En la posición 6316, con el libro leído al 88% (lamento no poder decirles la página, el kindle y yo somos así), nuestra Liz Murray prefiere pagar a robar en un supermercado y nos regala este razonamiento, de una lucidez económica irreprochable. Y sin haber ido a Harvard todavía, oigan.

Me parece evidente que esto lo cocinó después, cuando le explicaron que, de toda la vida y en todos los negocios, los buenos clientes pagan por los malos clientes. Sí, el famoso “justos por pecadores” se aplica en el tipo de interés que aplican los bancos (si tienen mucha morosidad, compensan la cuenta de resultados aplicando un alza en los tipos), las aseguradoras (si tienen muchos siniestros de los malos, suben las primas a los buenos), y claro, los distribuidores (si pierden mucho porque les choricean en los lineales, cobran las bolsas). Pero también los fabricantes, que bajan el margen al entrar en un mercado y lo compensan en los mercados cautivos. O las empresas de telefonía, que tiran el precio para captar nuevos clientes y no se lo bajan a vd, que lleva con ellos un porrón de años pagando religiosamente. Y hasta nuestro querido ministro Montoro (y todos sus sicarios autonómicos) aplican a rajatabla este principio incuestionable: como hay mucho fraude fiscal, nos suben los impuestos a los nominados. Es un juego de suma cero perfectamente comprensible.

Liz se entretiene en contarnos lo que le han enseñado en primero de Harvard (aunque lo desarrolla lo justo), pero se le olvida explicarnos su propia psicología cuando, probablemente empoderada por los billetes sueltos del fondo de su mochila, decide en un primer momento guardarse el dinero y robar. Atentos: decide guardarse el dinero porque no sabe si lo necesitará para comer. Pero está ya en una situación extrema (tiene las condiciones), se encuentra en el lugar en donde se compra comida (tiene la oportunidad), pero en el inicio piensa en guardarlo por si acaso se encuentra con una situación más extrema.

Esto es lo que me pone de los nervios de este libro: que se dedica a explicarnos pendejadas, se entretiene en los lugares comunes, y pasa por alto cuestiones mucho más relevantes de su historia y de los automatismos del pensamiento. Porque aquí hay que hablar de la extrema necesidad y de sus grados, de la incertidumbre que la rodea, de lo que es la precariedad en su caso (algo muy diferente a mi precariedad), del conflicto de prioridades entre lo correcto moralmente y la búsqueda de la seguridad, del proceso de decisiones cuando sólo gestionas riesgos (riesgo de que te pillen robando hoy, riesgo de que en el supermercado de mañana no se pueda robar...). Esta situación haría las delicias de psicólogos, de teóricos de juegos y... de buenos escritores. Porque es una situación de suma NO cero, como lo son esas situaciones en que nos encontramos y gestionamos cada día, y eso sin vivir la angustiosa falta de recursos que vive esta mujer. Ella, sin embargo, prefiere resolverlo soltando una estupidez sobre los riesgos de inflación en el comercio de cercanía.

Es por estas cosas por lo que no me ha gustado el libro en absoluto. Yo no sé qué contará en sus conferencias, pero que no me espere para tragarme una. No sabemos nada de sus padres, a los que quiere mucho, ni de sus amigos, ni de su proceso mental que está en la base de su historia de superación. Despacha en tres líneas lo importante, y se entretiene en tonterías y descripciones infantiloides, probablemente porque, en segundo de Harvard, le dijeron que en los libros había que incluir descripciones de lo que fuera cada tres páginas y diálogos, aunque fueran irrelevantes, cada dos...

martes, 26 de marzo de 2013

Empoderar el esfuerzo

Bueno, aquí estoy delante del folio cibernético en blanco pensando en a ver qué sale...

Había pensado en hablar un poquito del esfuerzo y de su valor intrínseco. Pero el problema es que yo no soy precisamente quién para hablar de ello porque yo siempre he sido de esforzarme muy poco, pero a lo mejor mi caso sirve de ejemplo para ver que el esfuerzo es un valor en sí mismo.

Yo empecé a estudiar cuando llegué a la Universidad. Durante toda la EGB y BUP y COU (siglas que ya ni existen) no estudiaba nada. No me hacía falta. Todo lo sabía con simplemente atender en clase. Mis padres me ponían en mi cuarto a estudiar, pero yo no conseguía entender para qué valía eso porque yo ya me lo sabía. En vez de eso hacía el tonto o me escondía tebeos en los cajones que leía a escondidas.

Gracias a mi falta de hábitos de estudio, de no saber cómo se estudiaba, llegué a la Universidad y, lógicamente, me di un tortazo contra la realidad. En el primer examen que tuve saqué un cero. Nunca había suspendido ningún examen y de repente me veía en una situación de la que no sabía como salir. Me puse a hincar los codos, a subrayar, a repasar, pero el método debía tener fallos porque no conseguía sacar adelante los temas. No sabía como estudiar. Suspendí casi todas las asignaturas en junio. Aplicaba una especie de fuerza bruta de estudio muy ineficiente.

Sí que pasaba horas, pero no sabía concentrarme ni sabía qué era exactamente lo que tenía que aprenderme. Todo me parecía igual de importante. Además, cada dos por tres me desconcentraba.

Toda la carrera fue una continua sucesión de sinsabores y repeticiones. Nunca le pillé el truco. Ya sé que no soy el más listo del mundo, pero aún así creo que si hubiera llegado a la Universidad con un método de estudio y habituado a ello todo hubiera sido más fácil.

Y una vez planteadas mis miserias os diré lo que saqué en claro a base de golpes: el esfuerzo, el dar todo lo que tienes es algo innegociable, es un deber. A dónde te lleve ese esfuerzo tendrá que ver con tu inteligencia, tus habilidades y tus capacidades personales. El esfuerzo es algo que está en tu mano. De esa manera intento educar a mis hijos diciéndoles que las cosas pueden no salir y es casi seguro que saldrán mal a la primera, pero que hay que intentarlo, hacerlo, repasar y mejorar. Eso es obligatorio. Luego habrá quien sea más listo, quien sea más hábil o más ocurrente, pero el obligarte a hacerlo es totalmente necesario. Es una obligación moral. Es lo que tú puedes aportar a tus dotes innatas.

En el vídeo que puse en el post se habla de que una cosa que distingue a los sistemas educativos que dan mejores resultados es que no dejan a ningún niño atrás, que buscan en qué son buenos, cómo llegar a fomentar la ilusión por el aprendizaje y estar convencidos de que cualquier niño tiene la capacidad para triunfar en la vida. Todos servimos para algo y podemos ser felices.

Está claro que no todo es esfuerzo en la vida. Como cantaban los Birds To everything there is a season. Y saber divertirse es una parte muy importante de la vida. Hay tiempo para todo, incluso para esforzarse!

jueves, 21 de marzo de 2013

El club de los poetas muertos


Dios ¡CÓMO DETESTO ESA PELÍCULA!

Oh capitán, mi capitán...
¡Anda y vete al carajo!
Como decía en la reseña que hice sobre Quemar la noche, mientras leía llegué a odiar a la Liz adolescente tanto como habría querido proteger a la Liz niña y, si seguí leyendo hasta el final, influyó mucho el hecho de que tenía curiosidad al ver que el tiempo pasaba y Liz seguía tirando su vida por la ventana; es decir, sabía que iba a acabar en Harvard, lo dice la portada, pero quería saber cómo demonios había encauzado su vida, porque ella cumplía años, Harvard no llegaba y a mí no me salían las cuentas… Es muy importante que me salgan las cuentas.

Un buen día Liz decide que no quiere vivir así, en la calle, sin tener un sitio fijo en el que dormir, ya ha vivido una historia de terror con Carlos (y tantas otras que no nos cuenta) ya sabe que no quiere acabar como sus padres, así que decide que todo en su vida pasa por la educación… y a mí aquí algo me descuadra, recuerdo como Lisa, de niña, se peleaba por que se levantara para que fuera a la escuela, recuerdo a Lisa haciendo los deberes de cualquier manera, con sus padres tirados en el suelo (eso no lo dicen, pero es bastante obvio que alguna vez, la hija de unos junkies tuvo, a la fuerza, que hacer los deberes con sus padres por el suelo) frente a Liz, que no hacía ni el huevo, pero, sin embargo, iba con su padre de cuando en cuando a la biblioteca a sacar libros (a devolverlos jamás) y así, por lo que ella misma cuenta, a pesar de su absentismo, consigue ir pasando por los cursos de primaria siempre por los pelos.

Llega a secundaria, la sola cultura de aquella manera no vale, tiene que esforzarse, tiene que hacer los deberes, tiene que comprometerse y ahí es donde falla hasta que el sida se lleva a su madre… y empieza por hacer un elogio de los profesores que la acompañaron en ese instituto para gente que tiró la toalla pero quiere recuperarla y está dispuesta a comprometerse, porque si el estudiante no quiere no hay Michelle Pfeiffer karateka que valga y mucho menos Robin Williams arrancando hojas de los libros que pueda ayudar (no conozco a un solo profesor al que le guste cualquiera de los dos ejemplos, y los hay bastante más comprometidos que los de la película; téngase en cuenta que los que Liz describe son reales, los de Mentes peligrosas y El club de los poetas muertos, no)

Michelle, la profesora karateka
Michelle, la profesora fiestera de parques de atracciones
Michelle, la profesora regalasobresalientes
Si hay algo que me ha gustado del libro es que nos encauza hacia su propio esfuerzo, se describe a sí misma haciendo los deberes en los descansillos de las escaleras, habla de las carreras de obstáculos, de lo difícil que se le hace no faltar (porque decide ir a clase hagan lo que hagan sus amigos, por muy tentador que le resulte unirse) y, también, agradece a los profesores que la ayudaron en ese instituto para descartes; estoy aburrida (deformación profesional) de que si un estudiante fracasa se me señale a mí pero, seamos sinceros ¿es razonable que yo tenga más interés en sus resultados que muchos de los estudiantes a los que he dado clase? (porque en demasiados casos mi interés es mayor que el suyo) ¿Queda lo suficientemente claro en la historia de Liz Murray que hasta que ella no quiso ni el mejor profesor, ni el más implicado, ni el más motivante, ni el más arrancahojas, ni el más karateka hubiera podido ayudarla?

Piense en un adolescente real, en un aula de secundaria real.
¿Cree usted que es posible esta escena en la realidad?
Usted ha leído así alguna vez ¿cree que 35 adolescentes le escucharían embelesados?
¿Seguro? ¿Leyendo a los clásicos?... Ah, creía...
Los profesores importan, claro que sí, pero al devaluarlos, al culparlos de todo, hacemos que los que podrían ser buenos se vayan (o no entren) y pretendan ser profesores personas que creen que escrúpulo es crepúsculo… Total, son niños… ¿sabéis cuál es la clave del éxito en Finlandia? (además de que su sistema está preparado para PISA) que tanto la docencia en particular como la educación en general siguen teniendo prestigio y por eso acaban en la docencia los mejores.

Y ahora una de meritocracia: ¿sabéis por qué Estados Unidos tiene universidades malas, regulares, buenas y las mejores? Porque al ser un país construido a pedazos, con gente de todas partes, tienen meridiano que está bien que haya de todo, que es necesario que todo el mundo tenga oportunidades pero hay quien las aprovecha mejor y si algo se ve en Quemar la noche es que si la inteligencia te da no hay excusas, hay trabas, miles, algunas insalvables (en Europa, con el estado del bienestar que nos hemos cargado un poco entre todos ni siquiera hay trabas insalvables, de momento), pero no es imposible, sólo que, a veces, es mucho más difícil.

viernes, 15 de marzo de 2013

Quemar la noche


Durante el resto de marzo y hasta el 15 abril los lectores del Club de lectura 2.0 nos hemos sumergido en la vida de Liz Murray, cuya historia conmovió a los lectores y editores del New York Times hasta el punto de que la becaron para que realizara sus estudios universitarios en la prestigiosa y carísisisima universidad de Harvard.

La sinopsis -parcial- que nos ofrece la editorial que lo publica en España:

Quemar la noche es la reconstrucción de un viaje a los infiernos, el periplo de una joven por el escenario de hambre, drogas y mendicidad que le tocó vivir y al que podría haberse visto abocada sin remedio. Su fuerza y su determinación por cambiar el curso de un destino en apariencia escrito hicieron que Liz Murray lograse sobreponerse a la calle y a la desesperación, y seguir adelante porque tenía algo valioso por lo que luchar: su vida. Una historia real conmovedora que nos enseña a confiar en nuestro instinto y en el poder del ser humano de cambiar frente a la adversidad y conseguir sus objetivos.


Y, como siempre, aquí debajo tienes enlazadas las reseñas de los lectores residentes, con una nueva incorporación, Mirichán, a la que damos la bienvenida y con la que esperamos un fructífero debate en el que esperamos que participes, sobre todo si nos llamas habitualmente "gafotas"

Bichejo

Carmen

Desgraciaíto


Mirichán

Livia

martes, 12 de marzo de 2013

Abrazar el hedonismo

Sé que es una bobada de minipost, pero se acaba el mes y quería compartir con vosotros mi momento favorito del libro.

Para mí, lo más bonito que le dice Margaret a Enrique es que él ha hecho que su vida fuera divertida...no se me ocurre nada mejor que decir de la persona que tienes al lado.

Que sí, claro, está muy bien ser buena persona, y un excelente marido/mujer y padre/madre de todos los hijos que te mande el señor...pero si no te diviertes, mal vamos.

Lo peor que te puede pasar es aburrirte...a ver, que no todo puede ser un jolgorio todo el tiempo, yo no sé vosotros, pero a mí la gente aburrida me quita un poco las ganas de vivir y me consume la energía. Si es malo aburrirte en el curro, cuando te aburres en casa, ya es un dolor, y más cuando quien te aburre es la persona con la que compartes la vida.

Por eso estoy muy a favor de abrazar el hedonismo, y aprovechar todos los momentos que pueda en pasarlo bien, haciendo cosas que me gusten y con gente con la que me lo pase bien, bastantes obligaciones tenemos durante un montón de horas a la semana. Al final, lo único que es verdaderamente tuyo es tu tiempo libre, y no se debe desperdiciar con cualquier cosa, ni con cualquier persona, y menos todavía en cosas o gente que te aburra.

Yo no aspiro a hacer grandes cosas en la vida, pero tengo claro que quiero llegar a vieja con la conciencia tranquila y pensando "qué corto se me ha hecho y qué bien me lo he pasado"