jueves, 29 de diciembre de 2016

Pepita Jiménez

Hemos terminado este año del horror leyendo 'Pepita Jiménez'. La verdad es que es un colofón perfecto porque no se me ocurre un libro peor. Bueno, podríamos haber leído a Christian Gálvez, también es verdad, pero que nadie olvide que, a pesar de todo lo que nos hemos hecho a nosotros mismos, somos un club de lectura serio.

Para no perder mucho tiempo, que bastante ya he perdido leyendo este folletín de tres al cuarto, copio este resumen de la página de la casa del libro, que además es muy gracioso, porque la primera frase incluye, quiero creer, una gran dosis de sarcasmo: “La obra cumbre de Juan Varela y una de las más importantes de la literatura española. Luis de Vargas es un joven seminarista que regresa a su casa para pasar las últimas vacaciones antes de la ordenación. Allí encontrará a Pepita Jiménez, una joven viuda de gran belleza prometida de su padre. Pronto el seminarista comprenderá que su pasión por la joven es más fuerte que su vocación sacerdotal.

Si 'Pepita Jiménez' es una de las obras más importantes de la literatura española Christian Gálvez debería sentarse en la misma mesa que Cervantes, Quevedo y Lope de Vega. A la persona que haya escrito semejante insensatez, si es que no estaba muy borracha, le deberían clavar alfileres debajo de las uñas hasta hacer saltar el control de metales del aeropuerto de Barajas. Porque menudo tostón amigos, menuda falta de sustancia, qué personajes más romos, qué prosa tan lánguida... Cuesta creer, y mucho, que un hombre de mundo como Juan Valera a los 50 años escribiese algo así, pero cualquiera en la vida puede tener su momento Christian Gálvez y sentirse escritor cuando bien se podría haber sentido charcutero. O bombero torero.

Pero la vida es así, hay que aceptar las cosas como vienen. Por ejemplo, yo me gasté nueve euros como nueve soles en 'Matar a Leonardo da Vinci' y no guardo nada de rencor a nadie.

Nada de nada.

A nadie.

Eso sí, habría sido muy interesante que Juan Valera hubiese escrito una segunda parte en la que, sin omitir detalle alguno, nos explicase como los españoles del XIX eran capaces de reproducirse por esporas. Yo creo, después de pensarlo concienzudamente, que el señorito andaluz de la época las portaba en las yemas de los dedos, de ahí las reacciones orgásmicas de Pepita y Luis cada vez que se saludaban cogiéndose, y por cogiéndose interpreten agarrándose, de las manos. Es que es increíble que semejante babieca fuese capaz de despertar pasión alguna en cualquier organismo de más de dos células, es que no ligaría ni aunque fuese el único hombre de la historia en hombres, mujeres, bíceps y berzas. Es que nadie puede creerse que ese sin sangre se bata en un duelo, aunque fuese de almohadas, es que escapa de la lógica humana que su padre no le endilgue una mano de hostias bien dadas y con la mano abierta.

Es que es el horror y, además, es muy aburrido. Leyéndolo he visto pasar mi vida varias veces y he llorado amargamente porque con todas las cosas malas que pasan en el mundo a mí, mientras sufría y bostezaba, no me ha partido un rayo. O varios.


Como siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas de mis compañeros, menos Desgraciaíto que seguro que lo veía venir y con su habitual inteligencia ha pasado palabra, y no me estoy acordando de ningún presentador en concreto. Carmen, Paula y MG si que han publicado y me da que van a mentir como bellacas ¡corred a leerlas! Pero hacedme caso a mí, a 'Pepita Jiménez' no lo toquéis ni con un palo.