En su excelente argumentación, El niño desgraciaíto nos desvela su preferencia por la novela de Kafka. En una impresionante acrobacia mental, relaciona el terror que le produce esta novela con la de Galdós, y allá cada cual.
Efectivamente, el lector de Kafka termina su lectura inmerso en un incómodo desasosiego. La incomprensión absurda que rodea a K. nos obliga a razonar constantemente, a no dejar en ningún momento nuestra posición de lector - centinela que teme perderse en el laberinto. Ni siquiera tenemos el consuelo de ahogarnos en alta mar porque la muralla en la que nos hemos encerrado con K. es de hormigón armado.
Defino la muralla como "hormigón armado" porque la novela de Kafka adolece de tensión psicológica; pero lo peor de todo es que no es verosímil. No puede darnos "yuyu" el absurdo como Suprema Inteligencia. Es probable que en su momento, a las puertas del siglo XX, con la Gran Guerra en ciernes, nos hubiera podido asustar la ausencia de un porqué ante la muerte. Pero estamos en el siglo XXI y hay una razón para la sinrazón. Ha pasado ya el " momento demiurgo" porque no tiene sentido la disyuntiva entre todo es blanco o todo es negro. La especie elegida sólo puede sentirse desasosegada ante "El Castillo" porque le parece un " Exin- Castillo", en el que, además, no hay ni pizca de humor.
Como se sabe, Kafka y Galdós estudiaron leyes. Es curioso observar cómo el mismo argumento puede desarrollarse según convenga a cada cuál, sobre todo en el mundo del Derecho. Señalo ésto porque nos encontramos ante el mismo drama -la muerte del protagonista- motivado por las mismas causas: incomprensión, intransigencia, etc, con dos elaboraciones literarias opuestas: Kafka desasosiega, Galdós aterroriza.
Ya desde el primer capítulo, el lector sabe que se mueve en aguas movedizas, certeza que se confirma con la pregunta retórica de Pepe : "¿ Pero qué tiene que ver la revolución francesa con el manto de la Virgen?". El mismo planteamiento del diálogo ya, en sí mismo, es inquietante. Porque es una observación muy sencilla, tan simple que nos pone inmediatamente en guardia. Sigamos.
A diferencia de Kafka, en Galdós no hay buenos ni malos que lo sean enteramente y basta observar cómo la gran arpía de la novela, doña Perfecta, no adolece de sentido del humor ni de arrebatos genuinamente maternales. Por ejemplo, en el capítulo donde Pepe pierde los nervios y se enfrenta con su tía a raíz del encierro de Rosario, la reacción de doña Perfecta nos describe completamente al personaje. Cita textual: " … ¿ Acaso no hay en el mundo más que tú y ella? ¿No hay padres, no hay sociedad, no hay conciencia, no hay Dios?". Y más adelante, dirigiéndose al sobrino ateo que, en un instante, ha dejado de ser su sobrino: " Vaya, te has sofocado. Como aquellos oradores republicanos que venían a predicar aquí la religión libre, el amor libre y no sé cuántas cosas libres…". Galdós hace hablar a la arpía como lo haría cualquier mujer en su contexto. Y al reflejar sus palabras con esta dosis de realismo, el autor nos la presenta con una gran dosis de comprensión hacia sus motivos. Y además, añado que esta comprensión hacia la mujer equivocada, manipulada por sus pocas luces y la influencia del entorno, por el qué dirán, no está exenta de simpatía como vemos.
Lo referido a doña Perfecta se aplica al conjunto de los personajes, de gran valor tipológico y sobre los que se apoya la ideología ultraconservadora. Los parlamentos del cura pueden, incluso, parecer exagerados, pero en la descripción de las mentalidades sociales del final del siglo XIX el conocimiento que revela Galdós constituye un auténtico arsenal. Por esto último - y me dirijo a El niño desgraciaíto - es más terrible la novela de Galdós. Porque no hay peor mal que la ignorancia, no existe ciego más invidente que el que no quiere ver y, por último, no hay remedio para ésta falta de cultura. Para este chauvinismo de " lo mejor es lo mío y lo demás no cuenta". ¿ No estamos viendo a todas horas cómo el fantasma del pasado está presente en nuestras vidas cotidianas? ¿ No nos tropezamos a diario con los espejismos del pasado y tenemos al lado energúmenos idiotizados, más interesados en su ideología obsoleta que por la prima de riesgo? Por esto, por su modernidad - por no hablar de su magistral empleo del diálogo - es por lo que prefiero mil veces a Galdós.
Ya sé que a muchos os ha parecido un "rollazo" la lectura de " Doña Perfecta". Allá cada cual. Os invito a una segunda lectura con las "gafas" del momento que nos está tocando vivir. No es el "escritor realista que escribió los Episodios Nacionales y vivió muy de cerca la época de Isabel II", eso y poco más lo dice wikipedia. Estáis ante un escritor actual, divertido, tolerante y, sobre todo, cronista de un arsenal ideológico que todavía respiramos.
He dejado para el final, querido ND, el personaje que más miedo me da. Caballuco. El artífice del homicidio. Es una auténtica joya en cuanto a su descripción psicológica. Nos confirma su adhesión al cerrilismo desde el primer momento, cuando expresa su intención de dejarse matar ante una palabra de la arpía. Toda su intervención está definida por el temible pánico del que se siente inseguro y, al mismo tiempo, señor de la venganza. ¿ Cabe una ventana mayor al horror? Aquí no es un demiurgo burocrático quien va a decidir el destino. Se trata de un hombre de carne y hueso cuyo poso emocional - no descrito, pero imaginado- es tan fuerte que no le tiembla el pulso. ¿ No se parece Caballuco a los siniestros homínidos que salen en el telediario? A mí sí que me da miedo.
Otro día seguiré, yo también tengo mis miedos.
Pues muy buen post. MJJ. Aunque yo tengo que discrepar, más que nada porque ¿si no para qué queremos el club?
ResponderEliminarTodo depende de los terrores de cada uno, supongo. Para mí el horror de la ignorancia presentada por Galdós es un terror racional, y por tanto, elaborado. El terror del Castillo es un terror irracional. Es el terror a no ser igual, a no encajar, a no entender a los demás. A mí ese terror no elaborado me parece más angustioso. Esa posibilidad de incomunicación puede que esté planteada de manera estereotípica, pero ahí es donde radica, al menos para mí, el quid.
La ignorancia puede ser angustiosa, puede dar miedo. Y de hecho lo da, pero yo creo que es un miedo racional y consciente, elaborado. En cambio el miedo a verse solo y apartado de los demás, a sentir que lo que a ti te parece extraordinario para otros es lo más normal del mundo, es un miedo digamos que más animal, más primario. Y, para mí, más terrorífico.
Sí, todo depende del miedo de cada cual. El miedo a lo desconocido, o a la falta de control, el miedo al abismo, o bien de la ignorancia o de lo desconocido.
ResponderEliminarHay un tercer miedo, que es el que tienen los protagonistas de la historia. El miedo de Doña Perfecta a perder el poder y el de los demás al progreso.
Son tantas perspectivas, que al final vamos a terminar todos aterrados.
Magnífico post (¿por qué este trasto no me avisa de cuando hay algo?) y no sólo no añado nada sino que me limito a repetir lo que dices: la absoluta modernidad de Galdós... que ya lo dice el dicho "para modernos, los clásicos" XD
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