El cero y el infinito es un libro
eminentemente político, pero es mucho más. Es un libro que también
nos habla de personas de carne y hueso, de personas extremadamente
vulnerables una vez perdida la coraza que les proporcionaba su
estatus dentro del partido.
Personas que en cierto momento de su
vida habían tenido poder de decidir sobre la vida y la muerte de los
demás y que, ahora, saben que el juego siendo el mismo, aunque le
hayan dado la vuelta al tablero y comprendan que van a perder todo lo
que son y todo lo que han sido. Porque, tal vez, la muerte física,
aún siendo la única real, no es lo único que hay en juego; también
se trata de eliminar todo lo que esas personas significaban, borrando
todo su legado sin dar oportunidad a nadie, ni siquiera a la
historia, de juzgarlos, porque el juicio que les van a dar no es más
que una pantomima ya que han sido previamente condenados en secreto.
Y ellos lo han asumido, van a colaborar
en su propia muerte.
Es algo que Koestler sabe manejar con
maestría. Me resulta escalofriante la forma en la que construye,
párrafo a párrafo, una justificación a la barbarie y a la
sinrazón. Cómo es capaz de poner a un hombre frente a su destino,
que no es otro que no tener un destino y que parezca la consecuencia
natural de un desarrollo lógico, al menos para el afectado. Es
estremecedor ser espectador de un proceso de deshumanización que va
transformando a la persona en un miembro, en algo prescindible que se
debe eliminar por el bien del resto del cuerpo que, en este caso, es
la misma humanidad.
Por eso, El cero y el infinito es capaz
de, sea cual sea el punto de partida ideológico con el que
comencemos su lectura, llevarnos a todos al mismo sitio, a sentir la
opresión como propia, a tener miedo de que lo que en sus páginas
cuenta se materialice en nuestra realidad, aumentando nuestro
desasosiego el hecho de saber que esa realidad ya se ha materializado
muchas veces en la historia para otros.
Y aunque el título del libro en sus
idiomas originales (ver
aquí) Sonnenfinsternis (Eclipse solar) en alemán, Darkness at
Noon (Oscuridad al mediodía) en inglés, hace referencia a la
oscuridad, tal vez por la oscuridad que a todos nos espera en el
último momento, tal vez por la oscuridad que envuelve a la sinrazón;
es en su título español donde veo más reflejado lo que el libro me
transmite, una sensación de vértigo atroz, un sentimiento de
encontrarme al borde de un precipicio sin fondo, tras el cual nos
espera una caída sin fin.
Leo en voz alta las palabras cero e
infinito y no puedo evitar recordar el concepto de límite de mis
clases de matemáticas, pero con la diferencia de que aquí no
estamos jugando con funciones geométricas, aquí Koestler nos hace
espectadores de una función de marionetas con ánimo de enseñanza,
una exhibición cruda de qué nos puede pasar si caemos en la
tentación de ceder ante el absolutismo, del signo que sea, un relato
que nos permite aprender a través de su experiencia cómo de malo
fue todo aquello sin la necesidad de escarmentar por nosotros mismos.
A mí es lo que más me ha impresionado, ese planteamiento de Ivanov de que él solo se convencería de la necesidad de su culpabilidad después de un tiempo de reflexión. Y así es. Aunque luego con Gletkin utiliza la tortura y termina yendo un paso más allá, entre tortura, desesperanza y convicción, y termina aceptando el asumir cargos inventados para que el resultado teatral sea mayor, para aleccionar a la gente siendo una encarnación del mal absoluto.
ResponderEliminarRespecto al título... a mí esos ramalazos creativos de los traductores no me gustan porque el autor no tiene nada que ver en ellos.
En algún momento lo dicen: la eliminación física es una forma de eliminar la discrepancia. La muerte es un detalle de orden administrativo, lo que importa es el bien superior.
ResponderEliminarEl bien superior, la colectividad, al final está manejado por una o dos personas. Es decir, hay un individuo, y luego el resto, que son la masa.
Yo creo que el libro es casi más un ensayo que una novela.