Voy a retomar una idea que dejaba ND en su anterior
post, cuando nos hablaba de la vida de Koestler, el autor elegido este mes. Nos
hablaba de Koestler como "un hombre que encontró en el comunismo una dialéctica que le permitía obtener respuestas
y un esquema del mundo simplificado y entendible..., aunque estaba siempre
preguntándose por todo y siempre insatisfecho”. Y luego citaba al biógrafo,
cuando habla que a lo largo de su vida se interrogó “ sobre el conflicto entre
las necesidades colectivas y la moral individual, a menudo resumidas en la
batalla entre el fin y los medios”. Yo voy a recoger una muestra de este conflicto, tal y
como aparece en el libro.
En un momento del interrogatorio que Rubachov sufre a manos
de Gletkin, éste le dice:
- La experiencia enseña... que hay que dar a las masas una explicación sencilla y fácilmente inteligible de todos los fenómenos difíciles y complejos...”
Aquí tenemos la primera parte del conflicto, la que nos
habla de las necesidades colectivas. El mensaje sencillo y fácilmente
inteligible tiene el valor de la eficacia. Debemos dirigirnos a muchas
personas, cuyo nivel de entendimiento y conocimiento es muy dispar, para lo que
hay que acostumbrar el mensaje al mínimo común comprensible. El mensaje debe llegar a todos,
debe tranquilizar, debe satisfacer con una única respuesta muchas preguntas. Es
evidente que el mensaje debe ser básico, corto y genérico.
Y sin embargo, lo cortés no quita lo valiente. Pondré como
ejemplo la información meteorológica. Al final, el mensaje sencillo es el
resumen “lloverá, hará sol, soplará el viento”. El mensaje simple satisface la
necesidad básica de conocimiento y el interés práctico por el futuro. Pero si
ves los espacios de televisión dedicados al tiempo, entonces ves cómo se aborda el
asunto con mucha más complejidad, y no se renuncia a dar toda una serie de
explicaciones que, en realidad, aportan poco al mensaje final que se quiere colocar
sobre el tiempo que hará mañana. Ahí tenemos el frente anticiclónico, las
líneas isobáricas, las mediciones de los vientos, las imágenes de los
satélites. Es fascinante, porque el 90% de las personas no sabrían decir
exactamente qué es un frente de bajas presiones, pero tienen la información a
disposición.
Algo más cercano a la recomendación es la prescripción médica. "Tome esto y se curará la tos" le dice al paciente. Es un mensaje simple. Pero
esto no impide que en el prospecto del medicamento estén descritos los
componentes, las indicaciones y contraindicaciones, el modo de conservación, la fecha de caducidad, las instrucciones
de empleo, el precio y hasta el enclave de la fábrica y el laboratorio.
Donde yo quiero llegar es a que el mal no está en simplificar la
información, sino en hurtar el detalle con fines inconfesables. En el límite,
todos los asuntos de la vida son complejos, y explorarlos, explicarlos y conocer las claves
de un fenómeno depende de la disponibilidad de la información, de la
curiosidad y el ánimo de aprenderla, y de la voluntad de proporcionarla. Quiero decir que en sí misma, la
satisfacción de las necesidades colectivas no dependen de lo grande o ignorante
que sea el colectivo, al menos en el caso de la necesidad de información, que es de lo que habla Gletkin.
Para ilustrar la segunda parte del conflicto, seguimos a
Gletkin en el interrogatorio, unos párrafos más adelante:
- Si se dijera a la gente de mi pueblo... que ellos siguen siendo torpes y atrasados... no se conseguiría nada. En cambio, si se les dice que son héroes del trabajo, que su rendimiento es superior al de los yanquis, y que todo lo malo es por culpa de los demonios y los saboteadores, esto ya les impresiona. La verdad es lo que es útil a la Humanidad; la mentira, lo que es nocivo.
La dialéctica es perversa, y mucho. Porque justifica una
elección moral, individual, gracias a unas necesidades colectivas que pueden
ser reales (la motivación en el trabajo lo es). El carcelero hace un cóctel
siniestro y se rinde al dios del pragmatismo, de la practicidad, de la utilidad.
Pero hay una trampa, naturalmente, y Koestler nos la deja ver. Y es que la
mentira no es una necesidad colectiva, no hay tal conflicto, o no al menos en los términos que nos propone Gletkin. El medio que se utilice puede ser otro para satisfacer el fin, o dicho de otra forma, cabe
preguntarse qué fines reales persigue la mentira como medio. La confusión es
pasmosa y la simplificación intelectual es estremecedora.
El libro creo que nos explica que no hay que perder el tiempo en combatir esta dialéctica siniestra desde
la moral o desde la lógica. Creo que Koestler nos propone que ir al terreno de la propia
utilidad, ésa misma que, siendo legítima, los ideólogos de las masas convierten en
indecente. Porque si la verdad es lo que es útil a la Humanidad ¿Quién decide lo que es útil? ¿Esa utilidad es universal o deja fuera a alguien, exige que se
sacrifique a alguien? Y aquí está la pregunta más útil que Koestler nos deja con
maestría: ¿Cómo estás seguro de que ese alguien no serás mañana tú?
Muy buen análisis y muy buena pregunta, Carmen.
ResponderEliminarEl caso es que siempre es otro el que tiene que sacrificarse... hasta que te toca a ti. Pero eso quiere decir que ya no tienes el poder... y pruebas tus propias recetas.
Rubachof hizo lo que le hacen y en las dos ocasiones era lo que había que hacer y el sacrificio necesario. Solo que en una ocasión estaba en una posición y luego en la otra.
Efectivamente. Y de ahí el "pagaré" y el aceptar lo que le toca. Pero por el camino se da cuenta del error. Yo creo que lo que discute es el sistema, no la pena que tiene que pagar.
ResponderEliminarUn análisis buenísimo con una pregunta final escalofriante.
ResponderEliminarLa respuesta perversa es que si el siguiente eres tú probablemente es que sea merecido, porque hay que sacrificarse a un bien superior, pero qué nos puede importar a nosotros, seres mortales, el bien superior.
El idealismo es tan poco práctico...