“Como
una novela” habla de muchas cosas, pero de todas ellas una me ha
estado vueltas en la cabeza desde que terminé el libro, no es otra
que
la obligación que imponemos a nuestros hijos a la hora de leer y de
lo contraproducente que, según Pennac, esta actitud puede ser.
No
pertenezco a una familia muy lectora, yo creo que más por falta de
oportunidades que por falta de interés, tal vez, por eso mismo, en
mi casa los libros siempre han sido objetos casi sagrados, a los que
había que cuidar y de alguna manera respetar. No recuerdo que nadie
me obligase a leer, sólo recuerdo el placer que me producía
descubrir historias que descubrían otros mundos mucho más
interesantes que el que delimitaban la A5 y las vías del cercanías.
Mis tesoros eran un balón de reglamento blanco impoluto de la marca
Adidas y el carnet de la biblioteca del colegio.
Me
encantaba leer, seguro que no por falta de algo mejor que hacer, leer
era algo en si mismo maravilloso, y sin embargo no puedo comprender
cómo llegué a tener ese amor por los libros, un conocimiento que
necesito con urgencia ahora que soy padre y veo como junta torpemente
las sílabas un niño de seis años. Porque si Pennac nos habla de
los peligros de la televisión, no sé que diría ahora que nos
enfrentamos a enemigos mucho más poderosos. La televisión misma ha
evolucionado a canales temáticos de dibujos animados, cine sin salir
de casa, consola de videojuegos, y hay mucho más, ordenadores,
tabletas, juguetes que parecían imposibles apenas una docena de
años.
¿Qué
hacer? ¿Rendirse de antemano, dejar que sea el propio niño el que
encuentre su camino? ¿O forzar de manera firme pero sutil para que
ese camino sea el correcto? Porque sí, seguro que todos concluimos
fácilmente que el secreto está en no dejarle abusar de nada, en
racionar los minutos que le dejamos dedicar a cada cosa, pero esa
estrategia de fácil no tiene absolutamente, porque los niños son
insaciables y son capaces de dedicar todo el tiempo del mundo a una
cosa con tal que dicha cosa les guste. Por eso cada vez que les
quitamos un videojuego y se lo cambiamos por un libro estamos
consiguiendo algo tan perverso como que el primero sea un premio y el
segundo algo asimilable a un castigo. La fastidiamos.
Sinceramente
admito que me enfrento a ello impotente, usando los pocos trucos que
tengo a mi alcance, comprando libros ilustradísimos llenos de
animales salvajes e imponentes dinosaurios, leyéndole cosas que sé
que le pueden interesar, pero claro, ¿qué puede ser más
interesante que un Pokémon? El respondería sin dudar que otro
Pokémon más evolucionado. Soy pesimista, porque si esto me pasa a
mí, que leo a diario al alcance de sus indiferentes ojos, qué no
pasará en otras casas en las que leer sea un hecho inexistente, qué
será de todos esos niños que jamás han visto a nadie con un libro
en las manos.
Este
post es un mensaje lanzado al aire, una petición de ayuda para que
me contéis cuál es vuestro plan, para que me digáis cómo pensáis
hacer de vuestros hijos personas activas en busca de aventuras y
conocimientos, para que me saquéis del pesimismo pensando que vienen
generaciones de receptores pasivos que no estarán dispuestos a
cambiar las maravillas de un libro por un esfuerzo que consideran
innecesario. Porque pienso en lo que nos cuenta Pennac y en la
desesperación a veces creo que puede estar equivocado, que nuestros
mayores eran más brutos pero más sabios, que tal vez la letra con
sangre entra y que leer obligar a alguien a leer, como el que obliga
a terminarse un plato, puede que no acabe siendo tan malo.