"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados..."
En el libro que estamos comentando este mes en el Club de lectura, Un matrimonio feliz, el protagonista prefiere no contarle a su mujer, en el lecho de muerte, una infidelidad pasada. ¿Para qué?, se pregunta, si no beneficia a nadie. Y tiene razón: hubiera sido más que cruel. La pobre Margaret tratando de morir con la única paz que le proporciona el saberse amada por los suyos, y él sincerándose por algo que desde luego no es ninguna tontería, pero que ya no sirve de nada ni a él ni a ella, ni a nadie. Es decir, sincerándose cuando menos falta hace. Y es en este punto justo donde yo me quiero parar.
¿Y si Margaret no hubiera caído enferma con un cáncer devastador? Porque la infidelidad sucede mucho antes. Pero entre que se pone a disimular un poco, luego como que se le olvida otro poco, luego que se van a aquella habitación de Venecia, luego llega el primer tantarantán del cáncer y ya como que no parece conveniente.
El autor introduce este asunto yo creo que para explicarnos que aunque un matrimonio pase por dificultades graves, puede ser feliz y salir adelante si hay un profundo amor de por medio. Lo que no deja de ser una obviedad siempre que las dificultades sean otras distintas que ponerle los cuernos a tu mujer. Al contarlo en retrospectiva, y haciendo todo lo que hace por ella al final, con esa generosidad tan emotiva, Enrique se redime sin necesidad de contárselo y de pedirle perdón.
Y del sincerarse cuando menos falta hace, pasamos al sincerarse sin tener un porqué. En ese matrimonio feliz que van construyendo llega un momento en que esa verdad, esa sinceridad, ya sólo puede hacer daño. Y en este caso, en el ocultamiento hay un beneficio mayor que convierte la falta en un error que el paso del tiempo va haciendo cada vez más pequeño, y de no haber habido la posibilidad de la redención, sí hubiera sido posible el perdón. O eso creo yo.
No he querido saber, pero he sabido... No siempre es mejor saber. Y para mí que Enrique de todos modos no se lo hubiera dicho nunca, aunque no hubiera mediado un cáncer. Y tal vez, con razón.