No hay cosa que más rabia dé en este mundo que ver un comportamiento irritante, odiar al comportador por ello, y que un tiempo después nos dé por hacer lo mismo; el comportamiento normal ante esta situación es que nos volvemos infinitamente comprensivos con el vil señor de antes, lo que hizo fue reprobable, sí, pero humano, como humano soy yo ahora que hago lo mismo, antes simplemente (antes cuando condenaba) estaba equivocado ¡sed indulgentes conmigo!
En El animal moribundo es justo al revés, porque todo ha de ser desquiciante en el mundo de Roth. David, el entrañable profesor al que todos conocemos y amamos odiamos es permanentemente condenado por su hijo a causa de las infidelidades a su madre y por su propio abandono; el hijo de David hace de los defectos de su padre sus mayores virtudes y decide que ha de compensar al karma cósmico haciendo el bien donde su padre hace el mal... hasta que él mismo se convierte en un ser infiel pero, aún así, decide seguir compensando el karma, no dejarse llevar, continuar con una mujer a la que no ama y, sobre todo, regañando a su padre una y otra vez por todo aquello que él quisiera hacer si fuera un poquito libre (que ya tiene narices envidiar a semejante ser del averno)
En la novela Roth nos pone a un animal inmoral (consciente de su imperfección) frente al animal moral que es su hijo y, como el autor hace de la sordidez virtud, consigue que el segundo se nos haga infinitamente más inmoral que el primero: prefiere vivir en la mentira, sigue regañando a su padre por las mismas cosas que él hace y, hablando en plata, es un coñazo de ser que no sólo no conoce la libertad, es que le repugna... ¿Es mejor un padre mentiroso -y adalid de la moral- en casa que un padre sincero -y libre- con el que no convives?
No deja de ser curioso que sólo cuando aparece el hijo de David, éste se convierta en un hombre casi casi desprovisto de sordidez.
En la novela Roth nos pone a un animal inmoral (consciente de su imperfección) frente al animal moral que es su hijo y, como el autor hace de la sordidez virtud, consigue que el segundo se nos haga infinitamente más inmoral que el primero: prefiere vivir en la mentira, sigue regañando a su padre por las mismas cosas que él hace y, hablando en plata, es un coñazo de ser que no sólo no conoce la libertad, es que le repugna... ¿Es mejor un padre mentiroso -y adalid de la moral- en casa que un padre sincero -y libre- con el que no convives?
No deja de ser curioso que sólo cuando aparece el hijo de David, éste se convierta en un hombre casi casi desprovisto de sordidez.