Hemos
terminado este año del horror leyendo 'Pepita Jiménez'. La verdad
es que es un colofón perfecto porque no se me ocurre un libro peor.
Bueno, podríamos haber leído a Christian Gálvez, también es
verdad, pero que nadie olvide que, a pesar de todo lo que nos hemos
hecho a nosotros mismos, somos un club de lectura serio.
Para
no perder mucho tiempo, que bastante ya he perdido leyendo este
folletín de tres al cuarto, copio este resumen de la página de la
casa del libro, que además es muy gracioso, porque la primera frase
incluye, quiero creer, una gran dosis de sarcasmo: “La obra
cumbre de Juan Varela y una de las más importantes de la literatura
española. Luis de Vargas es un joven seminarista que regresa a su
casa para pasar las últimas vacaciones antes de la ordenación. Allí
encontrará a Pepita Jiménez, una joven viuda de gran belleza
prometida de su padre. Pronto el seminarista comprenderá que su
pasión por la joven es más fuerte que su vocación sacerdotal.”
Si
'Pepita Jiménez' es una de las obras más importantes de la
literatura española Christian Gálvez debería sentarse en la misma
mesa que Cervantes, Quevedo y Lope de Vega. A la persona que haya
escrito semejante insensatez, si es que no estaba muy borracha, le
deberían clavar alfileres debajo de las uñas hasta hacer saltar el
control de metales del aeropuerto de Barajas. Porque menudo tostón
amigos, menuda falta de sustancia, qué personajes más romos, qué
prosa tan lánguida... Cuesta creer, y mucho, que un hombre de mundo
como Juan Valera a los 50 años escribiese algo así, pero cualquiera
en la vida puede tener su momento Christian Gálvez y sentirse
escritor cuando bien se podría haber sentido charcutero. O bombero
torero.
Pero
la vida es así, hay que aceptar las cosas como vienen. Por ejemplo,
yo me gasté nueve euros como nueve soles en 'Matar a Leonardo da
Vinci' y no guardo nada de rencor a nadie.
Nada
de nada.
A
nadie.
Eso
sí, habría sido muy interesante que Juan Valera hubiese escrito una
segunda parte en la que, sin omitir detalle alguno, nos explicase
como los españoles del XIX eran capaces de reproducirse por esporas.
Yo creo, después de pensarlo concienzudamente, que el señorito
andaluz de la época las portaba en las yemas de los dedos, de ahí
las reacciones orgásmicas de Pepita y Luis cada vez que se saludaban
cogiéndose, y por cogiéndose interpreten agarrándose, de las
manos. Es que es increíble que semejante babieca fuese capaz de
despertar pasión alguna en cualquier organismo de más de dos
células, es que no ligaría ni aunque fuese el único hombre de la
historia en hombres, mujeres, bíceps y berzas. Es que nadie puede
creerse que ese sin sangre se bata en un duelo, aunque fuese de
almohadas, es que escapa de la lógica humana que su padre no le
endilgue una mano de hostias bien dadas y con la mano abierta.
Es
que es el horror y, además, es muy aburrido. Leyéndolo he visto
pasar mi vida varias veces y he llorado amargamente porque con todas
las cosas malas que pasan en el mundo a mí, mientras sufría y
bostezaba, no me ha partido un rayo. O varios.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas de mis
compañeros, menos Desgraciaíto
que seguro que lo veía venir y con su habitual inteligencia ha
pasado palabra, y no me estoy acordando de ningún presentador en concreto. Carmen,
Paula y
MG si que han
publicado y me da que van a mentir como bellacas ¡corred a leerlas!
Pero hacedme caso a mí, a 'Pepita Jiménez' no lo toquéis ni con un
palo.