El pasaje del viaje a Tel Aviv en el coche de Sami, el miedo a los controles, la diferencia de estatus entre la Ora, judía y Sami, árabe palestino, la presencia de un niño pequeño, palestino, que está enfermo y que además de ha vuelto de pronto retrasado (esa manera de solventar el problema – “se ha vuelto retrasado de pronto” – nos explica casi todo sobre la ignorancia de las culturas que lo fían todo al destino); un niño que intuitivamente no grita cuando ve a los guardias porque sabe dónde está el mal para él, que no sabes (y no sabrás) si se curará o no y que tampoco sabes qué es mejor para él: si que se quede entre los palestinos, o que le cojan los israelitas, que disponen de todos los medios para que viva (hospitales, medicinas) y de todas las razones para dejarle morir (la ilegalidad, el odio ancestral, el desprecio). El hospital clandestino, la sorpresa de Ora de que eso exista y la reflexión de Sami: “... nunca llegaría a comprender la lógica de los judíos: por el día no hacéis más que controlarnos y vigilarnos hasta llegar a hurgarnos en los calzoncillos, ¡mientras que por la noche, de repente, nos dais las llaves de vuestros restaurantes, gasolineras, panaderías y supermercados!”
Cuando Ofer se niega a comer carne, la inocencia con la que va descubriendo que para comer carne antes hay que matar a los animales, y su espanto final: “sois como lobos”. Una frase que habla más de la guerra que de eventualidades gastronómicas y que le hace pensar a Ilan: “En lo más hondo de su ser se siente conmovido por esas palabras tan sencillas que él mismo lleva buscando hace casi treinta años y que, sin embargo, su hijo supo gritar a tiempo.”
Y los lobos vuelven a aparecer en la historia, en una alegoría. Son los perros que les rodean cuando Ora y Abram salen de un bosque, en un pasaje que también me parece muy emocionante. Y entre esos perros hay uno, el menos dotado, que sale con valentía pensando que sólo por ir en grupo está protegido y que se deja matar de una patada; y está el jefe negro que dirige la manada de perros abandonados, que una vez tuvieron un dueño y que disfrutaron de cariño, y que ahora vagan por el campo. “Ni se te ocurra demostrarles que les tienes miedo, dice Abram”, que se defiende con un palo. Y Ora prefiere probar a atraerles, a darles el cariño que perdieron. Por fin, una perra decide salir de la manada, y probar a volver a tener la vida doméstica que tuvo una vez y se queda con Ora. ¿Quién hace malo a quién? ¿Quién es malo por naturaleza?
El paso de Abram por la tortura, cómo se desengancha de la vida porque no acepta que un hombre fotografíe a otro mientras lo está enterrando vivo. No quiere vivir no en esta guerra, pero sobre todo, no quiere vivir en este mundo. Cualquier pasaje de torturas es un gancho muy atractivo para cualquier libro, pero Grossman no se recrea con esto y casi es más explícito cuando Abram vuelve de la tortura que cuando le están torturando y creo que apela más a la compasión que al morbo. Se queda en lo justo para que el lector comprenda sin ninguna duda que lo que devuelven los egipcios es un guiñapo: un cuerpo y una mente de derribo. Con todo, son dos pasajes con mucha fuerza y contundencia.
Los encuentros amorosos entre Ora y Abram. Tal vez el más conmovedor es cuando conciben a Ofer, cuando Abram le confiesa a Ora su incapacidad para tener relaciones con una mujer y el autor nos va llevando de manera muy descriptiva por el mismo sitio que Ora lleva a Abram. Hasta que Abram (y nosotros) comprendemos que no es una impotencia general, sino muy selectiva. Entonces se corta la escena de golpe y vuelves al remanso de la historia como si allí no hubiera pasado nada.
La comida familiar en la que Ofer le felicita en primer lugar a Adam, la emoción de sus palabras y el descubrimiento de los padres de la relación entre los dos hijos. Y también las manías de Adam, y cómo se va convirtiendo “en un proceso”, cómo el autor te va contagiando los nervios de la madre, y cómo se sirve de esto para describir la habilidad de Ofer al quitarle esas manías adoptándolas él mismo para hacerle ver lo dañino que puede resultar para los otros.
La huida de Ilan del fuerte, cuando comprende que Abram está en peligro es otro de los rápidos del libro. Su angustia al comprender que su amigo está vivo pero condenado, porque nadie irá al rescate, ni siquiera él. Cuando escucha los delirios de Abram y tú, lector, para entonces ya sabes que Abram cae en manos de los egipcios, y ya sabes cómo le han devuelto, y sientes un horror mayor cuando Abram pide que sea rápido y sólo le pide a Dios que no le torturen. El autor coloca este pasaje en este punto, y no antes, porque lo que busca es que sientas compasión ante el destino de Abram más que admiración por la heroicidad de Ilan.
El amor a Ora, que ya aparece en la primera parte del libro, cuando están en el hospital y Abram le dice “creo que te conozco del futuro”. Pero en ese pasaje rabioso (pág 491 y siguientes), que termina con el telegrama de Abram a Ora y que hay que leer quitando las comas y los puntos para comprender la preciosidad de frase que le escribe: “esto no ha sido un flechazo coma porque yo te amaba antes coma antes de haberte conocido coma te amaba también retrospectivamente coma antes de que yo ni siquiera existiera coma porque sólo al conocerte a ti me convertí en mi mismo punto”. Y para terminar, cuando al final del libro Ora pregunta a Abram qué significa para él su hijo: "Antes que nada, que es tuyo".
Igual me animo y cuanto otro día lo que no me ha gustado...
Igual me animo y cuanto otro día lo que no me ha gustado...