Esto iba a ser un comentario pero al final va a ser un post. Iba a ser un comentario para, una vez más, llevarle la contraria a Pau, que ve feminismo por todas partes (bwahahaha) y para, una vez enfriado el libro, opinar sobre Lily sin el calentón del momento y del aburrimiento mortal por su historia.
Sigo manteniendo mi teoría de lo aleccionador. Aunque he leído sobre la vida de Edith Wharton y sé que es famosa por utilizar la ironía para criticar el mundo de su época, tampoco deja de serlo que ella misma viviera gran parte de su vida según las reglas de ese mundo. Quizás por eso lo critica. Pero se puede interpretar en sentido contrario: cuidadito con salirse del camino marcado, que puedes acabar como Lily Bart.
El mundo en el que vive Lily nos puede gustar más o menos, pero tiene la ¿suerte? de ser un mundo de reglas bastante claras. Ante las reglas tienes dos OPCIONES: o las sigues o no las sigues. Parece que olvidamos lo principal, Lily tiene OPCIONES. Siempre las hay. Otra cosa es que a la hora de valorarlas y actuar hay que tener muy clara las consecuencias. Y Lily quiere hacer lo que le dé la gana y que no existan esas consecuencias. Que es muy humano, pero muy equivocado.
Lo único en lo que Lily no tiene toda la culpa es en el hecho de haber sido educada para no ser más que un objeto decorativo. Y eso, sólo en parte. En 1905, cuando se publicó la novela, las sufragistas llevaban años dando guerra para que se concediera a las mujeres un derecho que sólo tuvieron en Nueva Jersey durante 20 años (accidentalmente se reconoció el derecho al voto a las personas, en lugar de a los hombres, mira qué cosas se aprenden buscando información para quitarle la razón a un coblogger). Y sólo faltaban quince años para que en Estados Unidos las mujeres pudieran votar.
A Lily de jovencita le preocupa más la decoración de los centros de mesa que tener una buena formación, por ejemplo. En 1900 un tercio de los estudiantes universitarios en Estados Unidos eran mujeres. En la universidad de Nueva York (ciudad en la que se ambienta la novela) las mujeres podían acceder a estudios universitarios desde 1888, y desde 1890 podían licenciarse en magisterio y en derecho. No me vale la pobre Lily víctima de su tiempo. Tenía opciones. Pero claro, esas opciones necesitaban de su esfuerzo y de su implicación. Como su familia tenía dinero y no pensaban que fuese a necesitar ganarse la vida, acepta su educación como objeto decorativo. Y eso es parcialmente culpa suya. Es difícil salirse del camino que te marcan otros, pero siempre tienes la opción de hacerlo.
Cuando es más mayor hace lo que le da la gana.
¿Que le apetece jugar a las cartas? Juega. Tiene opción de no jugar. Pero juega. Luego se lamentará de no tener dinero para pagar las deudas. Pero juega, y como es una cortoplacista, ya se preocupará luego de las consecuencias...y ese el problema con Lily, que nunca se ocupa de las consecuencias.
¿Que le apetece subir a casa de un hombre? Sube. Ya se preocupará luego de lo que digan. Que sí, que está fatal hacer según qué juicios. Pero en 1905 estaba mal visto subir a casa de un joven soltero. Y Lily lo sabe. Pero sube.
¿Que quiere dormir un rato más aunque ha quedado para ir a la iglesia con el hombre con el que se quiere casar por interés? Pues duerme. Tiene opciones. Pero pasa.
Pues sinceramente, que se joda. Tiene opciones. Pero sólo una vez (y porque es tan tonta que si fuese más tonta sería un cesto) le entra el orgullo o la moral o yo qué sé qué le entra que justo justo no hace lo que le permitiría limpiar su honor. Eso no es ser honesta, Pau, es ser tonta. Lo único que le queda es su honor y lo quema. Todo lo que le pase es poco.
Si fuese una persona real me daría pena y seguramente sería más compasiva con ella. Pero es que, de verdad, estoy harta de cretinos que siempre son víctimas: de los demás, de la educación, de la sociedad o del toro que mató a Manolete...y nunca son víctimas de sus propias decisiones.
Lily no es una víctima. Siempre tuvo opciones.