Este primero de mayo a los miembros de club de
lectura nos toca hacer la reseña de “Las praderas del cielo de John Steinbeck”,
un libro escrito en 1932 y compuesto por una colección de cuentos situados en
un fértil valle, situado cerca de la ciudad de Salinas (ciudad que vio nacer a
Steinbeck) y cuyo nombre da título al libro. Los cuentos son pequeñas historias
que pueden ser leídas de forma independiente pero que además de compartir
localización comparten una serie de personajes que pasan de ser los
protagonistas de una historia a espectadores de la siguiente.
A pesar de que el libro está escrito en mitad de la gran depresión del 28,
y teniendo en cuenta que gran parte de la obra posterior de Steinbeck se centró
en contarnos la lucha por la supervivencia de los campesinos norteamericanos
que habitaban en ese mismo territorio, nos encontramos unas historias con
cierto poso agridulce que nos hablan desde cómo llegaron los primeros
pobladores españoles desde el sur, a los primeros que vinieron desde el este de
la unión para finalizar con una visión seguramente premonitoria del futuro que
le esperaba, un futuro en el que las granjas y los prados serían reemplazados
por mansiones y campos de golf.
“Las praderas del cielo” es un libro fundamentalmente amable, la prosa de
Steinbeck es tan sencilla que resulta sublime, no necesita de grandes
circunloquios para llegar al fondo de lo que quiere contarnos, por momentos
parece un reportero que cámara en mano nos lleva a visualizar la vida de los
protagonistas, a los que más que crear parece descubrir, siempre desde un punto
de vista humanista en el que las acciones son consecuencias de los pensamientos
de los protagonistas, sin buscar falsas motivaciones ni excusas, ni siquiera
las de la religión que prácticamente no es mencionada.
Eso no es óbice para que los cuentos estén cargados de un toque de
misticismo, de fabulaciones de los personajes que creen en maldiciones, que tienen
visiones, que temen a los muertos, que a veces son criaturas imperfectas que
conviven con una sociedad que busca el sentido de la comunidad como defensa a
su aislamiento, que vive en general sin grandes preocupaciones pero que esconde
entre las millas que separan cada granja anhelos y tragedias individuales. Es
justo en esa dicotomía en las que Steinbeck encuentra un caldo de cultivo
perfecto para su pluma.
Según se avanza en la lectura de los cuentos, es posible ir descubriendo las
diferentes ideas que el autor va diseminando entre ellos, una de las más
importantes es ponernos frente a personajes, tal vez mezquinos, que sufren por
la posesión de las cosas, a veces tan inmateriales como la virginidad de una
hija, y frente a personajes, tal vez pusilánimes, que ven crecer la maleza en
sus fincas y convertirse sus ropas en harapos mientras que leen a los clásicos.
Historias que nos hacen preguntarnos si la verdadera pobreza es intelectual o
material. Curiosamente, o no, muchos de los relatos giran en torno a la
enseñanza y su importancia para esa sociedad, que ve en su escuela un signo de
orgullo. También es importante el contraste que en un segundo plano se da entre
la vida en el campo y la ciudad, siempre cercana y acechando a los personajes
que, por unas circunstancias u otras, pueden acaban engullidos por ella.
En conclusión, “Las praderas del cielo” es un libro que merece la pena ser
leído, que nos va a dar mucho más de lo que conlleva su lectura y que nos va a
dejar una sensación positiva porque vamos a creer que lo importante de lo que
cuenta no son las cosas que en él suceden, sino los valores que vemos en los
personajes, y estos no son necesariamente buenos pero al menos son consecuentes
con sus valores morales, para lo bueno y para lo malo, y esa coherencia no es
difícil hacerla nuestra. Como siempre podréis leer las opiniones de mis
compañeros en sus blog, siempre es interesante ver sus puntos de vista y
compararlos.