El
libro de este mes, “Cómo hablar de los libros que no se han
leído”, creo que nunca me valdrá para ese fin, para hablar de
libros que no he leído, pero, sin embargo sí que me ha hecho pensar
en ciertas cosas que forman parte, por llamarlo de alguna manera, de
mi angustia vital, de mis miedos. Cuando veo a ese bibliotecario
hablar de todos los libros que forman parte del catálogo de la
biblioteca, cuando pienso en todo lo que no puedo abarcar, siento el
mismo pánico que cuando medito sobre el infinito, como cuando trato
de entender la magnitud real del universo, me quedo paralizado al
borde del abismo.
Y
ese pensamiento me lleva al siguiente, como cada vez todo ese
material parece mucho más accesible y con menos valor, sin formato
físico, digitalizado, amontonado sin entidad propia. Me explico.
En
los años que van de mi infancia a mi juventud la cultura, y vamos a
incluir aquí a la literatura, la música, el cine y la fotografía
era algo material, se podía tocar. No sabíamos, ni imaginábamos,
que un día caerían todas las barreras y que cualquier contenido
estaría disponible a un click de ratón, da igual si es de forma
legal o no, porque ahora mismo ese no es el debate que planteo. Las
cosas tenían valor más allá del intrínseco, existía el concepto
de posesión, los libros se leían y releían, se olían y se
tocaban, se pasaban las yemas de los dedos por las líneas de texto
para sentir la rugosidad de las páginas. Lo mismo pasaba con los
discos, que eran un tesoro, se coleccionaban, se esperaba con
impaciencia el diseño de las cubiertas, que eran en muchos casos
verdaderas obras de arte, y se disfrutaba del libreto lleno de
fotografías y letras, que era la única manera de tenerlas y
aprenderlas.
Frente
a eso, hemos llegado a todo lo contrario, tenemos todo pero tal vez
por esa misma razón no se valora de la misma manera, acumulamos
música, cine y fotografía en discos duros como fantasmas sin forma,
la variedad hace que los recorramos de manera superficial, sin la
necesidad de ocupar nuestro ocio sólo con aquello que estaba dentro
de nuestras posibilidades. Lo mismo pasa con los libros, que se han
convertido en pura mercancía que circula en discos compactos con
nombres tan espeluznantes como “5000 libros que no te deberías
perder”.
Son
los tiempos del “easy come easy gone”.
Sabemos
de la existencia de miles de cosas sobre las que no profundizaremos
jamás, llenamos nuestros lectores electrónicos de libros esperando
un momento de buena voluntad en los que puedan ser leídos, tal vez
hojeados, tal vez olvidados, formando parte de esa biblioteca
compartida de la que habla Pierre Bayard, pero no de la forma en la
que él la concibe, como parte de la cultura, sino al contrario, como
parte de la incultura, como si su posesión nos fuese a iluminar por
ciencia infusa mediante cientos de Giga-bytes mágicos que curan la
ignorancia al grabarlos.
Escribiendo
esto no trato de ir en contra de la realidad de los tiempos, pero
creo que la reflexión sí es pertinente, no es una cuestión de
cantidad, es una cuestión de la calidad de lo que hacemos, del
tiempo que dedicamos a una lectura, a observar una fotografía, a
escuchar un disco. Menos es más, casi siempre, no es una carrera, no
es un concurso, no hay que demostrar nada, sólo hay que darle valor
y disfrutarlo.
A mí eso de la cultura por contagio lo veo cuando voy a la feria del libro, donde parece que por el hecho de pasear entre libros y hacerte fotos con los escritores te vuelve más culto.
ResponderEliminarEs cierto que parte de la felicidad y de la valoración de algo está en relación con lo que cuesta consegirlo. Es cierto. Pero también es cierto que nunca en la historia de la humanidad se ha leído tanto como ahora. Libros que antes leían centenares de personas, ahora los leen miles.
También hay que admitir que lo más leído no es Kierkegaard, sino Dan Brown, pero aún así todo está en nuestras manos. Casi a un click de distancia y eso me parece bueno siempre que tu objetivo no sea meramente tener el libro en el kindle. Y dentro de todo, tampoco eso es malo. Puede que por lo que sea algún día te lo leas...
Bueno, eso es como el que va al Vaticano para coleccionar la foto de la Capilla Sixtina y pasa a la carrera por delante de los frescos de Rafael, es sólo una cuestión de darse importancia.
ResponderEliminarPienso como tú, que es bueno, además no seré yo sospechoso de ser elitista, pero se ha perdido la magia, e incluso el respeto por el valor de las cosas, que ahora todo es de usar y tirar y no me gusta nada.
AMEN.
ResponderEliminarPues yo estoy (estaba, hasta que se me colapsó el reader) del "por si acaso" y llevaba toda la biblioteca digital a cuestas...ahora estoy más contenida, pero poco. Bueno, un 90% más contenida, de hecho. Se me había ido de las manos y algunas cosas sí son un poco tener por tener porque creo que no las leeré jamás. Pero también es un poco "por si acaso", que igual un día las quiero leer, que no me pille sin ellas...
ResponderEliminarPero no son importantes, seguro que ni siquiera te acuerdas de qué llevas en el reader. Son prescindibles, en el mejor de los casos de usar y tirar.
ResponderEliminarTenemos tan asociado el tema al formato físico que nos perdemos en las nuevas tecnologías que nos permites, como bien dices, acumular... en plan Diógenes... Supongo que llegará el momento en el que nos daremos cuenta -recordaremos, más bien- que lo importante de un libro (del 90% de los libros) es el contenido y no el continente, porque hoy por hoy hemos devaluado literalmente la cultura hasta extremos vergonzantes
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