domingo, 20 de enero de 2013

El animal moribundo y el fin de la servidumbre



David es un hombre que se dice indefenso ante la belleza de la mujer. Al principio del libro nos larga una frase enternecedora: “...como sabes, soy muy vulnerable a la belleza femenina. Cada uno está indefenso contra algo, yo lo estoy en ese aspecto. Veo la belleza y me ciega para todo lo demás.” Cuando oigo o leo este tipo de frases no puedo evitar ponerme en guardia. Debe ser el cerebro reptiliano, que se pone a sentir miedo, porque empezamos con conceptos así de elevados y terminamos oyendo aquello de "la quería tanto, tanto, que la maté". A ver, seriedad. Si fuera la belleza, este hombre hiperventilaría delante de muchas otras cosas, y no sólo ante una blusa mal abrochada. La belleza existe en muchos sitios, está compuesta de imágenes, de sonidos, de sentimientos: en un bebé, en la naturaleza, en un poema, en una obra de ingeniería, y hasta en un jersey de lana. La belleza tiene que ver con la estética y con la sensibilidad al contemplarla. Yo sé de lo que estoy hablando, y vosotros también, porque nadie sin sensibilidad y sin interés por la belleza leería este blog. Ahora bien: lo que yo no sé es de qué demonios habla este tío, sobre todo cuando se sigue leyendo.

Belleza, indefensión, vulnerabilidad. Bonitas palabras. Esto debe formar parte de eso que David llama "ardid sin engaño". Otro concepto para nota. Podría llegar a entender el ardid sin mentira, pero ¿el ardid sin engaño?... A mí este protagonista me produce una profunda hartura, y me cuesta mucho trabajo no llamarle imbécil. Vamos a ver, alma de cántaro ¿A quién pretendes engañar con esas paridas sobre la belleza y la vulnerabilidad y la extrema sensibilidad del hombre libre sin ataduras sociales? Como un drogadicto cualquiera, llamas indefensión a lo que no es más que sometimiento. Nadie te agrede, nadie te desarma. No hay indefensión porque tampoco hay ninguna voluntad de resistencia, de defensa. Hay una escena en el libro, que compite con la marranada de la regla pero que la supera en violencia, que es el pasaje de la “dentellada”, en el que reconoce el juego de dominio, el juego de poder que hay por medio. ¿Quién engaña a quién?

... la entrega íntima a un hombre mucho mayor aporta a esta clase de joven un tipo de autoridad que no puede tener en una relación sexual con un hombre más joven. Obtiene los placeres de la sumisión y los placeres del dominio. Que un muchacho se someta a su poder... ¿qué significa eso para una criatura tan patentemente deseable? Pero ¿que este hombre de mundo se someta tan sólo por la fuerza de su juventud y su belleza?... eso es poder, y es el poder lo que ella quiere. No es que el dominio pase consecutivamente de unas manos a otras, sino que el cambio se produce de un modo continuo, no es tanto un cambio como un entrelazamiento. Y ahí se encuentra el origen no sólo de mi obsesión por ella sino de la obsesión que ella experimenta por mí. O así lo supuse al principio, aunque de poco me sirvió el intento de comprender lo que ella se proponía y por qué me enredaba cada vez más en aquella relación...” 

Vaya, hemos pasado de hablar de la indefensión ante la belleza a la obsesión ante el poder. De lo elevado a lo bajuno en 21 páginas. Bravo, David: por el camino me he enterado de lo del ardid sin engaño. El pobre viejo cree que su gran cultura somete a las jóvenes, cuando él es el sometido a su propia adicción, cuando son ellas las que le someten sólo con desabrocharse la blusa. "No importa cuánto sepas, no importa cuánto pienses, no importa cuánto maquines, finjas y planees, no estás por encima del sexo. Es un juego muy arriesgado. Uno no tendría dos tercios de los problemas que tiene si no corriera el albur de la jodienda. El sexo es lo que desordena nuestras vidas normalmente ordenadas."

Bueno, lo de vida ordenada debe ser porque encuentra el manuscrito de Kafka sin dificultad en caso de urgencias. ¿El cazador cazado o el que cree que va de caza sólo porque se ha puesto una canana en la cintura? El sometido siempre lo está voluntariamente. Es un goce, como tantos otros. ¿Quién engaña a quién? Y cuanto más viejo se hace, más sometido está. No ya al sexo, sino a la juventud de las mujeres.

"...¿Qué haces si tienes sesenta y dos años y te das cuenta de que todos esos órganos invisibles hasta ahora (riñones, pulmones, venas, arterias, cerebro, intestinos, próstata, corazón) están a punto de empezar a hacerse penosamente evidentes, mientras que el órgano más sobresaliente durante toda tu vida está condenado a reducirse hasta la insignificancia?"

¿Que qué haces? Pues en tu caso, querido David, morirte. Que hace ya tiempo que te va haciendo mucha falta.

7 comentarios:

  1. Es que es lo que más me aleja de una persona así. Una persona que se dice culta, profesor universitario, crítico cultural... sea tan egoísta, tan basto y tan plano.

    Un post muy bueno, Carmen.

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  2. ¿Y ellas? Que igual soy yo la rara, pero veo muy complicado tener esa adoración y esa atracción por un señor que podría ser mi abuelo...

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  3. ND, a ti te aleja y a mí me pone de los nervios. Porque es el refinamiento puesto al servicio de lo sórdido, y encima trata de taparlo, y nos toma por idiotas. Esto sí que lo odio.

    Y sobre ellas... La verdad es que ellas no sé si me preocupan. De hecho, he empezado a escribir sobre lo que las deslumbra, pero al final he tirado por aquí porque no me salía el post.

    Oye, y hay tipos de 60 que están estupendos, pero no acabo yo de imaginarme a David como un estupendo...

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  4. Están estupendos ahora que nosotras tenemos 40. Los de 60 de hace veinte años no nos parecían tan estupendos

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  5. En eso tienes razón. Con 20 no suelen parecernos estupendos ni los de 50...

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  6. Jolines, Carmen, el final del post es muy de ministro de sanidad japones, ustedes muéranse y hagan un favor al país, miserables viejos gastones.

    Igual las pastillas de Viagra entran en la SS japonesa.

    Bichejo, mi señor padre a sus 65 sigue rompiendo corazones, creo que me cambiaron en el hospital.

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  7. A ver, que yo no digo que un señor de 65 años no pueda tener su público. Lo que no veo claro es que niñas de veinte años pierdan la cabeza por irse a la cama con un señor de 65, por muy estupendo que esté. Y que en general, a los veinte los de 40 nos parecen padres y los de 60 ni te cuento.

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