lunes, 25 de febrero de 2013

Decir la verdad o un matrimonio feliz

Tiene Javier Marías un libro, Corazón tan blanco, en el que decir la verdad desencadena toda una tragedia. El personaje puede callarse, puede no contarle la verdad a su reciente esposa, puede no contarle su pasado. Pero de pronto, siente la necesidad de contarle toda la verdad en un afán de ser más puro, o porque la ama terriblemente, o porque considera que entre marido y mujer no debe haber secretos, o qué sé yo, pero se monta un pollo de mucho cuidado en la novela. Novela que, por cierto,tiene un comienzo realmente maravilloso:
"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados..."

En el libro que estamos comentando este mes en el Club de lectura, Un matrimonio feliz, el protagonista prefiere no contarle a su mujer, en el lecho de muerte, una infidelidad pasada. ¿Para qué?, se pregunta, si no beneficia a nadie. Y tiene  razón: hubiera sido más que cruel. La pobre Margaret tratando de morir con la única paz que le proporciona el saberse amada por los suyos, y él sincerándose por algo que desde luego no es ninguna tontería, pero que ya no sirve de nada ni a él ni a ella, ni a nadie. Es decir, sincerándose cuando menos falta hace. Y es en este punto justo donde yo me quiero parar. 


¿Y si Margaret no hubiera caído enferma con un cáncer devastador? Porque la infidelidad sucede mucho antes. Pero entre que se pone a disimular un poco, luego como que se le olvida otro poco, luego que se van a aquella habitación de Venecia, luego llega el primer tantarantán del cáncer y ya como que no parece conveniente. 


El autor introduce este asunto yo creo que para explicarnos que aunque un matrimonio pase por dificultades graves, puede ser feliz y salir adelante si hay un profundo amor de por medio. Lo que no deja de ser una obviedad siempre que las dificultades sean otras distintas que ponerle los cuernos a tu mujer. Al contarlo en retrospectiva, y haciendo todo lo que hace por ella al final, con esa generosidad tan emotiva, Enrique se redime sin necesidad de contárselo y de pedirle perdón. 

Y del sincerarse cuando menos falta hace, pasamos al sincerarse sin tener un porqué. En ese matrimonio feliz que van construyendo llega un momento en que esa verdad, esa sinceridad, ya sólo puede hacer daño. Y en este caso, en el ocultamiento hay un beneficio mayor que convierte la falta en un error que el paso del tiempo va haciendo cada vez más pequeño, y de no haber habido la posibilidad de la redención, sí hubiera sido posible el perdón. O eso creo yo.

No he querido saber, pero he sabido... No siempre es mejor saber. Y para mí que Enrique de todos modos no se lo hubiera dicho nunca, aunque no hubiera mediado un cáncer. Y tal vez, con razón.





2 comentarios:

  1. Es un tema complicado el de los cuernos. A ver, está mal ponerlos, fatal, de hecho.
    Siempre he pensado que, salvo excepciones, no son gratuitos…es sólo culpa del que los pone, eso lo tengo claro, pero suele ser señal de que falla algo más que la fidelidad del que los pone.

    En cualquier caso, si los pones, te callas. Salvo que el otro se pueda enterar por otra vía. Porque me toca mil las narices el que lo cuenta en un arranque de sinceridad porque “no puedo soportar esta carga”, perfecto, tú no puedes soportar la carga y me la lanzas a mí para que la soporte yo…cojonudo, vamos. El remate.

    Si no me voy a enterar por otro lado, prefiero no saberlo. Si quieres seguir conmigo no te va a servir de nada contármelo porque te voy a plantar yo, y si no quieres seguir conmigo igual ya me duele lo suficiente que me plantes como para además enterarme de que me has puesto los cuernacos. Habrá quien diga “es que el otro merece saberlo”, pues yo no, es más, lo que me merezco es no saberlo. Bueno, qué coño, lo que me merezco es que no me los pongan.

    ResponderEliminar
  2. Pues es un tema complicado. Y a mí, además de lo de engañar o no engañar, hay otra cosa que me perturba un poco y es ese darte cuenta de que la quieres mucho cuando se está muriendo. Ahí cambia el chip del cerebro y pasa de sus comentarios tipo "mi matrimonio es una ruina y nunca nos hemos entendido" a "eres la mujer de mi vida y la que le da sentido a la misma". Es, ciertamente, incoherente, aunque así es la vida, por otra parte.

    El tema del engaño y como el hecho de no decirlo hace que el matrimonio continue y termine unido y queriéndose más que nunca da para pensar mucho. Yo no creo que perdonara una infidelidad, aunque hasta que me viera en esa situación no lo sabría. Es cierto que él vuelve a quererla y el resultado global parece óptimo, pero tiendo a pensar, como Bichejo, que no son gratuitos.

    ResponderEliminar